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Secuelas

Corrían los primeros días de 2020 cuando recibí una invitación a una comida en la Ciudad de México: un buen amigo convocaba a celebrar el vigésimo quinto aniversario de que su hijita había vuelto a nacer. La joven, ya toda una abogada de profesión, siendo una niña se sometió a un trasplante de hígado, con lo que salvó su vida.

Fue así como viajé a la capital del país unos días antes del evento, lo que aproveché para visitar a mi familia y amigos que allá radican.

La reunión se realizó aquel domingo en un salón en el bullicioso centro de la ciudad, bajé del Uber antes de llegar porque era más rápido ir andando. Caminar entre la multitud de paseantes siempre resulta divertido, aunque esa sensación disminuyó frente a las noticias que habían comenzado a difundirse acerca de una epidemia, con un elevado índice de contagio, que amenazaba la salud mundial.

Esas noticias causaban inquietud por el hecho de estar entre tantos asistentes en aquella fiesta, sin saber si había alguien que portara ya el contagio. Afortunadamente para la festejada y su familia todo transcurrió como si no sucediera nada y la celebración fue un éxito.

Mi regreso a Guadalajara, al día siguiente, fue en un vuelo que iba a reventar, no había ni un asiento libre y, a lo largo del fin de semana, las novedades respecto a los contagios habían ido aumentando en gravedad, lo que ya era motivo de angustia para muchos.

En los siguientes días se decretó la pandemia del SARS-CoV-2 (Covid-19) y todos aquellos que no estuviéramos en la prestación de servicios indispensables, fuimos recluidos en nuestras casas. Cundió el temor al contagio y llegó el uso obligado de cubrebocas, lavado constante de manos y geles desinfectantes.

En pocos días dio inicio una crisis hospitalaria ante la escasez de camas. Las redes sociales hablaban de escenas de terror en los hospitales con gente muriendo en los pasillos y salas de espera, y circularon imágenes de cuerpos botados en las calles. En tanto que las noticias formales daban cuenta puntual del gran número de contagiados y la disponibilidad de camas en los hospitales.

Hoy en día, a cinco años de aquellos sucesos, quedan las huellas y secuelas dejadas por el coronavirus, tanto físicas como emocionales, en buena parte de la población. Esto sucede no solamente a quienes padecimos en algún momento la infección sino también a muchos de los que fuimos vacunados.

Los investigadores hablan de Covid larga o post Covid y en esto se engloban un sinnúmero de síntomas tales como tos persistente, acumulación de mucosidades y flemas (aún sin resfriado), dolores de cabeza y articulaciones, fiebre, alteraciones digestivas, fatiga crónica y otros síntomas que no padecíamos antes de 2020.

Recientemente leí un artículo en la revista Selecciones que refiere que hay también alteraciones mentales que son atribuibles a Covid-19. Algunos síntomas parecidos a las demencias comunes tales como pérdida de memoria, olvido de palabras, dificultad para recordar números de teléfono o direcciones de correo electrónico y otros más, en edades poco habituales para estos padecimientos.

Esperemos que las investigaciones logren descifrar las alteraciones que provocó el SARS-CoV-2 y encontrar tratamientos que las alivien.

Así sea.

X: @benortegaruiz

jl/I