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Los ‘dreamers’

En ocasiones escuchamos llamar pochos, de una forma despectiva, a los hijos de migrantes mexicanos nacidos en Estados Unidos o a los que crecieron en ese país. Se les critica porque no hablan con fluidez y de forma correcta el español. Lo que poco conocemos es que estas personas tienen un manejo limitado de su idioma –principalmente los que nacieron en México– porque llegaron muy pequeños al vecino país y al entrar a la escuela tienen que aprender inglés. Hablar español les convierte en un blanco fácil de discriminación y racismo, sin embargo, en casa, con su familia, la lengua materna predomina, las madres entrevistadas en mis estudios expresan: “Les digo a mis hijos, de la puerta hacia fuera hablen como quieran, pero en mi casa, en español”.

A muchos de estos migrantes jóvenes se les conoce como dreamers, debido a la ley Dream Act –que en español se traduce como Ley de Fomento para el Progreso, Alivio y Educación para Menores Extranjeros– que el presidente Obama propuso al Congreso. Cuando el Congreso rechazó esta ley mediante una acción ejecutiva, el presidente Obama estableció la Acción Diferida para los Llegados en su Infancia (DACA, por sus siglas en inglés). Este programa proporciona un alivio migratorio de deportación a los jóvenes y les permite estudiar y trabajar a quienes llegaron antes de cumplir 16 años.

Desde su llegada a la Casa Blanca, Donald Trump pretendió cancelar, entre otros, el programa DACA y finalmente lo hizo en 2018. Será el 12 de noviembre cuando las partes involucradas presenten argumentos a favor o en contra del programa ante la Suprema Corte de Justicia, misma que deberá entregar su resolución entre enero y junio de 2020.

Las declaraciones antiinmigrantes del presidente Trump y la cancelación del programa DACA han puesto a los jóvenes y a las familias en tensión, estrés y angustia al pensar que en cualquier momento pueden ser deportados. Algunos de estos jóvenes dicen pertenecer a los dos países y aceptan las dos culturas, se reconocen como mexicoamericanos, aunque paradójicamente no se les reconozca plenamente su ciudadanía ni en México ni en Estados Unidos. Perciben que no son aceptados de forma plena por ninguno de estos países, generándose en ellos una gran frustración porque están buscando sus espacios de identidad y aceptación.

En México tienen pocos lazos, parientes que no conocen y dificultades para adaptarse a leyes y normas diferentes. En cambio, en los Estados Unidos su socialización se lleva a cabo con otros jóvenes no sólo de su país de origen, sino también de otras nacionalidades; han aprendido a vivir en una sociedad con diversidad cultural.

Algunos constituyen la primera generación que estudia la universidad gracias a la oportunidad que les brindó este programa; incluso existen fricciones entre hermanos que nacieron en Estados Unidos y los que nacieron en México. Cuando conversamos, me dicen: “¿Cómo es posible que no aproveche las oportunidades que tiene mi hermano como ciudadano estadounidense?”.

Aunque existe la posibilidad de la deportación, no están pensando en regresar a México, no es una opción; prefieren luchar para permanecer en el país que crecieron, luchan desde las universidades; algunas les proporcionan centros de orientación y apoyo. También se han formado organizaciones en diferentes estados de la unión americana que asesoran a los dreamers y a sus familias. Es evidente que el discurso antiinmigrante de Trump y la cancelación del programa ha generado un movimiento de empatía y solidaridad con estos jóvenes que también luchan por sus sueños.

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JJ/I