INICIO > OPINION
A-  | A  | A+

Un mundo de protestas 

Estos días se caracterizan por el surgimiento de una avalancha de protestas populares que han puesto de cabeza a varios gobiernos, democráticos o no. Si bien sus orígenes y circunstancias son diversos, son muchos los factores compartidos por todos ellos. Hay que diferenciar entre movimientos y protestas sociales: los primeros son acciones colectivas más estructuradas, planificadas y duraderas; mientras las segundas son más espontáneas y poco estructuradas, generalmente detonadas por uno o varios acontecimientos. 

Conveniente recordar cómo surgió la Primavera Árabe (2010-2013): la mecha detonadora de las manifestaciones fue la inmolación de un comerciante que había sido despojado de su mercancía por la policía de Túnez. Como un reguero de pólvora, las protestas se extendieron a Egipto, Libia, Siria, Yemen, Argelia y Jordania. Los manifestantes exigían democracia y derechos sociales. Meses después, los dirigentes de cinco países fueron depuestos: Egipto (Hosni Mubarak), Libia (Muamar Gadafi), Siria (Bashar Al Assad), Yemen (Ali Abdullah Saleh) y Argelia (Abdelaziz Buteflika). 

Debido a las medidas de austeridad tomadas por el gobierno griego, por esas fechas también se escenificaron en ese país, pero en días recientes han regresado las huelgas y protesta callejeras ante medidas económicas impopulares. Le siguió Beirut, donde se dio la Revolución de WhatsApp (el gobierno quiere cobrar por llamadas realizadas por diferentes plataformas digitales). Y claro, los chalecos amarillos en Francia, que inició con protestas y disturbios por el cobro de impuestos al combustible, y de ahí no han dejado de hacerlos, pero ya con otras demandas. 

Y así le han seguido en Irak con La Marcha por las Reformas; Indonesia, por leyes moralinas que condenan el sexo fuera del matrimonio (al final fueron pospuestas); Hong Kong, con la demanda contra la ley de extradición; en Colombia, en defensa de los derechos laborales y su toma de las capitales; Barcelona con su lucha independentista (y en menor grado contra el separatismo); en Chile, la más cruenta (más de 20 muertos y miles de heridos) contra el presidente Piñera, la partidocracia y la oligarquía chilena; en Bolivia contra Evo Morales y sus intenciones de permanecer por cuarta vez en el gobierno y ante sospechas de fraude electoral; en Ecuador, ante las medidas de austeridad impuestas por el presidente Lenín Moreno, y muchas más.  

Todas estas protestas tienen algunos factores comunes: aumento de precios de los energéticos y del transporte; crisis de la seguridad social; elitización (o pauperización) del sistema educativo, del sector salud y los regímenes de pensiones; niveles extremos de concentración del ingreso y de riqueza. La frustración social se ve empujada a protestar debido a que las clases medias y los asalariados se ven empobrecidas; no hay empleo para los jóvenes; hay afectados por la desaceleración económica. Esto ha producido que se politicen las luchas contra la desigualdad y precipita una desafección estrepitosa en los grados de identificación con los partidos políticos y las instituciones gubernamentales y asambleas legislativas. 

Otro elemento unificador característico de las protestas populares es el papel eficiente que han jugado las redes sociales, pues han servido para informar, organizar y movilizar a los indignados. Son un medio alterno a los medios de comunicación tradicionales –órganos de difusión por excelencia de los grupos oligárquicos– que restringen y controlan la información. 

La desafección hacia los gobiernos y los partidos políticos, así como la fatiga democrática en general, puede producir las siguientes contingencias: primero, gobiernos populistas (de izquierda o derecha), donde las clases medias se ven cada vez más pauperizadas y desplazadas de las políticas sociales; segundo, regímenes de extrema derecha, donde los grupos oligárquicos y la clase política se ven beneficiados; y, por último, regímenes anárquicos, con gobierno débil, sin dirección precisa y con liderazgos mesiánicos. 

Los ciudadanos se manifiestan porque no encuentran canales institucionales que den respuesta a sus legítimas demandas y por sentirse fuera del pacto social, y los políticos no lograrán hacer suyas las demandas ciudadanas y se ven ajenos del electorado. 

 

[email protected] 

JL/I