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“Aeropuerto de porquería”: FRA

En los primeros años de este milenio, cuando bien gobernaba Jalisco don Francisco Ramírez Acuña (FRA), sucedió el hecho que voy a narrar. Pero primero quiero recordar que el hombre procedía de las filas del Partido de Acción Nacional, mismo que no es de mi simpatía, máxime que tanto a Jalisco como a la patria de dicho partido salieron gobernantes en verdad lamentables o nefastos. Mas no es éste el caso de Paco. Cierto es que no era de aquellos que pregonan “la izquierda unida jamás será vencida” pero distaba mucho de ser de la calaña de cretinos como Fox o beodos como Calderón. Ambos, en verdad nefastos para la patria que, por cierto, ni siquiera aprendieron que lo más conveniente es que ahora permanecieran callados.

Ramírez Acuña es un hombre equilibrado al que su propio partido le metió zancadillas a su idea de gobernar equilibradamente con respeto a unos y a otros. En fin, a pesar de la discrepancia entre nuestras filias, guardo por él un gran respeto y una buena dosis de afecto.

Digo lo anterior para dejar claro que ni un exaltado dogmático ni un irresponsable irrespetuoso de su propio pueblo.

Fue él quien harto de lo que sucedía en el Aeropuerto Miguel Hidalgo de Tlajomulco, aunque se diga que es de Guadalajara, un día profirió la frase con la que me he permitido titular este artículo. Salió tan molesto que dijo exactamente “aeropuerto de porquería”.

Estoy dispuesto a sustentar también su aserto. Por malo que fuera el servicio cuando el Estado lo manejaba no podía compararse con lo que era aquello. Confirmaba y confirma que lo que resulta ser antes que nada un servicio público no puede manejarse como un negocio y menos aún en manos extranjeras.

Como bien se dice: “Cada chango a su mecate”. De la misma manera que concuerdo que antaño se abusó de la “estatización” de empresas al extremo de que hasta una fábrica de bicicletas, una cadena hotelera y un cabaret pasaron a manos del gobierno por la vía de Nacional Financiera, lo mismo puede decirse cuando se trata de servicios públicos: agua, luz, carreteras, etc.

Con los años podemos decir que el aeropuerto tapatío ha tenido épocas no tan bajas y bajas del todo. Lo cierto es que bien, como se dice bien, nunca lo ha estado precisamente porque iría en contra de su objetivo primigenio que es el de ganar lana.

Puede decirse aquí, en su defensa, que “no tiene la culpa el indio (en este caso el gachupín) sino el que lo hace compadre”. Es decir, el gobierno aquel que puso en manos privadas, unas mexicanas y otras no, un instrumento que puede generar pingües utilidades aun a costa del mal servicio a la ciudadanía usuaria.

En estos momentos, “nuestro” aeropuerto se encuentra en una situación peor que cuando Ramírez Acuña se expresó de esa manera. Toda proporción guardada no se me ocurre palabra alguna que, si aquello era una “porquería” qué puede decírsele ahora.

No se trata solo de las salas de espera y circulación de los pasajeros, la pésima organización del estacionamiento, sino incluso del tránsito del avión y los pasajeros. El pasado sábado, por ejemplo, bajo el calor de las 13 horas el avión que aterrizo procedente de la Ciudad de México, cuyo aeropuerto tampoco es bueno, pero no llega a este nivel de porquería, fue mandado a una posición remotísima, donde hubo de esperar un buen rato a que llegara un camión a buscar el pasaje, pero no fue más que uno, otro buen rato tuvieron que esperar muchos pasajeros de pie, a pleno sol, en la propia pista, que el dicho vehículo fuera y volviera… Entre tanto, quienes hicieron el primer viaje pudieron observar que varios “gusanos” estaban desocupados…

Después tampoco fue una delicia: aquello parecía un mercado. Lo que se esperó con tal calor para recibir los equipajes no tiene agüela. Ya no sigo. Ahora, bien, la famosa “tasa por el uso del aeropuerto” que no es poca, por supuesto que se cobra de manera inclemente, pues responde al objetivo principal de esa “porquería de aeropuerto”: medrar a costa del pueblo mexicano.

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jl/I