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Radiografía de la guerra de Caín y Abel

Las nuevas guerras civiles

Los Caínes de hoy han asesinado a más de 14 mil personas en los últimos tres lustros, en el contexto de un régimen democrático donde se tortura, secuestra y extorsiona de manera sistemática. Caínes que exhiben a sus víctimas en plazas públicas, los cuelgan de puentes, los abandonan en camionetas, desnudos, amordazados, mutilados. Se almacenan en morgues más 16 mil cuerpos sin identificar. Un México donde desaparecen miles de ciudadanos enterrándolos en fosas comunes o disolviéndolos en tambos de ácido.

Esta guerra mexicana es una de las llamadas nuevas guerras civiles que se libran por ganancias materiales, no por motivos políticos. Una guerra en la que conviven, se mezclan y se refuerzan la violencia criminal de empresas ilícitas y la de agentes del Estado; la violencia entre organizaciones criminales, la violencia ejercida contra adversarios de otros cárteles y contra la población civil.

Violencia en el discurso

Ante la difusión en medios de comunicación de la violencia extrema, tanto el gobierno como la sociedad mexicana dejaron de sorprenderse. El gobierno de Felipe Calderón declaró una emergencia nacional y trató de dar tranquilidad a la ciudadanía en general, describiendo la violencia como conflicto entre grupos rivales de la delincuencia que se mataban entre sí. Las personas decentes, los ciudadanos, el pueblo, el país, las comunidades, las familias mexicanas no tenían nada que hacer ni nada que temer.

El gobierno de Enrique Peña Nieto pasó del discurso de la negación a la negación a secas. El gobierno esencialmente expresaba: “Tenemos un problema, pero no es para tanto, hay cosas más importantes que atender”. En lugar de externalizar la violencia como asunto de delincuentes, minimizó la violencia. O el discurso de que la violencia es peor en otros países, “siempre ha existido”, solamente afecta unas partes del territorio nacional y ya va a la baja. El mensaje a los ciudadanos era el mismo que en el gobierno de Calderón: nosotros nos hacemos cargo, ustedes quédense tranquilos.

Violencia en el lenguaje diario

El gobierno de López Obrador expresa el “fuchi, guácala” y el “pórtense bien” como la normalización simbólica a través del lenguaje. Se utiliza el recurso lingüístico para convertir el horror extraordinario en un hecho trivial. Se absorbe este mundo de significados para crear una distancia simbólica entre el mundo civilizado y un mundo de barbarie donde la violencia es normal.

Esta normalización simbólica tiene como resultado que los ciudadanos opten por el refugiarse en casa, ya que según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), “por miedo a ser víctima de algún delito”, más de la mitad de los mexicanos ya no salen de noche y dos de cada tres niños tienen prohibido salir a la calle.

El silencio ciudadano

Ante el crecimiento de la violencia brutal y bestial, la mayoría de los ciudadanos mexicanos reacciona con una mezcla de miedo e indiferencia. Las noticias nos entristecen y enfurecen por momentos, pero nada más. No nos levantamos del sillón frente a la televisión. No nos empujan al espacio público, a la acción social y política.

La parálisis de la ciudadanía mexicana frente a la violencia criminal no parece ser un fenómeno raro para los psicólogos sociales, ya que la construcción de la legalidad requiere que los ciudadanos se movilicen, la violencia organizada tiende a paralizarlos.

En este contexto, los ciudadanos delegan la solución del problema a los políticos, ya sea bajo el populismo que promete eliminar a todos los criminales o bajo el populismo caritativo que promete eliminar la violencia eliminando la pobreza en la 4T.

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JJ/i