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Huella ecológica digital

Estrenamos un año y con él comprendemos que al iniciar un ciclo, nos inclinamos a renovar nuestra percepción de nosotros mismos, ya sea para enriquecer algunas dimensiones de nuestra vida o para enmendarlas.

Quizás por ello sea oportuno reconocer, en este momento, algunos aspectos del consumo digital que se suman vertiginosamente a los procesos de degradación ambiental a nivel planetario y a los problemas sociopsicológicos derivados de ello.

Los pilares que motivan el consumo digital no son distintos a aquellos con los que se practica el consumo masivo, característico de esta sociedad: el individualismo, la inconciencia y el desinterés; solo que se realizan desde una industria que impone la innovación con mayor rapidez. Estas características repercuten e incrementan los siguientes patrones de consumo, que se vuelven códigos del pensar y del actuar cotidianamente.

Desmesura. En todos los sentidos. Nos parece “normal” demandar energía eléctrica para el funcionamiento de aparatos y plataformas. Tanto así que se ha identificado un trastorno de ansiedad derivado de no contar con una fuente de energía eléctrica para “cargar” los dispositivos. La desmesura también se refiere a la cantidad de comunicaciones o conexiones que hacemos de manera superficial. La circulación de “memes” al igual que cualquier información producida, demanda energía para su circulación. Los servidores deben asegurar la capacidad de almacenamiento y requieren ser enfriados. El estudio Austeridad TIC: hacia la sobriedad digital, realizado por The Shift Project, señala que la demanda de energía de estas tecnologías crece 9 por ciento cada año. Esto representa 4 por ciento de las emisiones globales de CO2, de 2013 a 2019.

Irresponsabilidad individual. La información sobre los procesos de producción, distribución, consumo, desechos y confinamiento de estos aparatos de comunicación y las plataformas digitales no circula tan ampliamente porque se asume que al consumidor no le incumbe. La mayor huella ambiental está en la producción de estos aparatos (la extracción de litio, la contaminación del agua, el uso de energías fósiles y la afectación a comunidades por estos procesos). Algunas firmas suelen decir que usan energías limpias, pero deben precisar que utilizan mecanismos de “compensación” y no de transición ambiental de modelos energéticos.

Precariedad mental. Estudios realizados por la Universidad Autónoma de Barcelona, en España, confirman que los adolescentes hacen un mayor uso de las comunicaciones digitales e Internet. Las interacciones que realizan son tan superficiales que pueden tener “abiertos” simultáneamente varios dispositivos (TV, tabletas, computadoras…). Así que la capacidad crítica, interpretativa y de elaborar respuestas reflexivas caen en detrimento.

La representación social que tenemos de estas tecnologías y de nuestro consumo digital no corresponde a la importancia de estos patrones de consumo y de sus impactos.

Cuando accedemos a este mundo digital que parece “invisible” y “personal” asumimos que esta práctica solo atañe a nuestra vida privada, pero estamos participando de los patrones del consumo más depredador que ha generado la crisis ambiental y que impactan en la esfera planetaria.

Es por ello que percibir de manera crítica a estas tecnologías es un marco favorable para generar un uso igualmente crítico y responsable; como el que se requiere al asumir un código ético digital, que podría impulsarnos a decidir: limitar nuestro uso (tiempo de consulta y frecuencia); sencillez, brevedad en nuestros mensajes (preferir hipervínculos a los documentos adjuntos); limpiar periódicamente la memoria de los aparatos; descargar información antes que almacenarla en la nube; desactivar la conexión de Internet de nuestros aparatos por la noche; no conectarlos a una fuente de energía por largo tiempo…

Sin embargo, todas estas acciones serán menores si no comenzamos a ampliar nuestra percepción sobre el impacto de estas tecnologías, y pensar críticamente en su uso y en el modelo de vida que impone.

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