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En 2014 fueron denunciados penalmente 16 profesionales médicos del Hospital de Pediatría del Centro Médico Nacional de Occidente del IMSS, aquí en Guadalajara, por la muerte de un menor de edad que estaba bajo su cuidado, culpados de homicidio doloso por la madre.
El caso, aunque al final no procedió, llevó al surgimiento del movimiento #YoSoyMédico17 como una respuesta organizada de trabajadores de la salud ante lo que percibieron como una injusticia legal. Pero también se transformó en una denuncia y una protesta por las condiciones estructurales en las que el personal médico ejerce su profesión en el país.
El movimiento pasó rápidamente de las redes sociales a las calles. Entre 2014 y 2015 hubo marchas, paros simbólicos y manifestaciones.
La visibilización de la precariedad del sistema de salud pública, en el que trabajan y hacen sus prácticas y sus residencias (es decir, siguen en formación) las médicas y médicos del país tomaron un papel relevante en la discusión: jornadas excesivas, desgaste emocional, falta de insumos y de seguridad jurídica, abuso y hostigamiento de colegas y superiores.
Internos y residentes denunciaron guardias de 24 a 36 horas continuas, sin horas de sueño adecuadas ni compensaciones, lo que era visto como parte de una “formación tradicional”, pero tenía consecuencias físicas y emocionales graves.
Se documentaron prácticas de abuso, humillación y castigo dentro del sistema piramidal médico, así como casos de acoso laboral y sexual a estudiantes, particularmente mujeres, sin protocolos de denuncia funcionales, y el uso del castigo académico o laboral, como no permitir el descanso o asignar tareas degradantes, con el fin de ejercer control y disciplina.
Todo ello llevaba a un estado emocional que también fue expuesto: miedo a represalias, síntomas de ansiedad y de depresión, con un sistema que promovía que quien aguantaba más, era mejor médico.
En aquel entonces un cirujano con quien pude conversar me hizo ver un punto más profundo. ¿Cómo podemos estar en las mejores condiciones físicas y mentales para atender a los pacientes si llevamos más de 30 horas sin dormir? ¿Cómo no arriesgarse a cometer una negligencia si no hemos comido ni bebido agua en horas, se nos priva del sueño, estamos en una condición de cansancio crónico, a la que se suma el acoso de los superiores y las amenazas constantes?
Una década ha pasado y estas prácticas siguen vigentes en el sistema de salud pública, y siguen teniendo desenlaces fatales. En menos de 10 días, Luis Abraham, pasante de medicina en Monterrey, Nuevo León, y Rubiel José, médico en La Piedad, Michoacán, se suicidaron, en medio de denuncias de violencia y acoso, en ambos casos, en hospitales del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS).
¿Por qué tendrían que seguirse replicando estas prácticas? Una vez otro médico me dijo que te obligan a ser como ellos son; que el sistema está hecho para castigar con aquello que te castigaron, en una especie de venganza generacional. Y si hay médicas y médicos que deciden no hacerlo, son tachados de débiles, de manipulables, de consentidores, como si la dignidad humana y profesional fuera un asunto opcional.
Se trata, dicen, de forjar carácter, de imponer respeto, de ganarse el reconocimiento de superiores que permiten y hasta incentivan esa violencia en contra de subalternos y colegas, y que hasta lo ven divertido. Y estos comportamientos se replican, en menor o mayor medida, en muchos otros lugares de trabajo.
Sin consecuencia.
X: @perlavelasco
jl/I