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Pocas personas en la vida pueden irse de este plano dejando más respuestas que preguntas a su paso. Creo que ese fue el caso de la muy querida por sus colegas, alumnos y lectores, profundamente respetada en el mundo de la ciencia, la doctora Julieta Fierro Gossman, fallecida el pasado 19 de septiembre para tristeza de muchos.
En su haber hay un largo recorrido dedicado sobre todo a la astronomía, pero en una de las ramas más complejas y nobles: la de explicarles a los demás cómo lo que pasa en el cielo que nos cubre mientras caminamos a nuestros trabajos es importante y, sobre todo, hermoso.
En esa misión (¿habrá sido decidida?, ¿habrá sido una casualidad?) dejó varios libros a su camino.
Uno de los últimos, largamente celebrado y presentado apenas en diciembre pasado en la programación de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, el editado por la colección Realidades de la editorial mexicana Sexto Piso, en cuyo título la autora posiciona una pregunta fundacional para entender y para comenzar a abordar la ciencia: Astronomía, ¿para qué?
Esta semana me hundí en el libro, no como un homenaje para la doctora (¿habrá un homenaje que baste?), sino porque a veces cuando la vida se pone difícil hay que seguir los consejos de las grandes, y yo una vez leí que cuando Julieta Fierro estaba triste leía ciencia para ponerse de buenas.
El libro, en su prodigio, aborda temas complejos que estudia históricamente la astronomía con el tono característico de la pluma de Julieta, que entiende la divulgación como una forma hermosa de traducción: historias sobre cómo comenzó a medirse la temperatura, la edad y la distancia de las estrellas; cómo comenzó a pensarse en que la luz que veíamos en el cielo contenía tantas formas de mirarnos a nosotros mismos; las formas en las que contamos el tiempo y las leyendas a las que atribuimos a la luz del sol, a la luna, a la lluvia o al mismo origen del mundo.
Eso es lo que hace Julieta Fierro en su mundo maravilloso lleno de coincidencias, que de pronto cobran no solo sentido, sino una nueva dimensión preciosa. Genial.
Pero sobre todo nos otorga respuestas. Una forma de desenlace, de eureka, que nos hace tanta falta en estos tiempos confusos. Nos recuerda, por ejemplo, que el humano ha buscado siembre nuevos instrumentos para entender lo que ocurre en el espacio y que, de la misma manera, seguirá buscando instrumentos para entenderse a sí mismo y a los otros porque eso es lo que está en su naturaleza, aunque parezca imposible de creer a veces.
En esa pregunta fundamental, ciencia ¿para qué?, astronomía, ¿para qué?, nos invita a contemplar la belleza en todas esas cosas que damos por sentado.
¿Para qué? Para mirarnos arriba. Para entendernos mejor. Para que el motivo de nuestra existencia no sea, de pronto, tan insoportable.
Para recordarnos que la ciencia, que el mundo ocurriendo, es tan cercano a la poesía. Que ninguna pregunta es menor, que ninguna pregunta es, a la vez, suficiente. Que hay que hacer la siguiente. Y la siguiente.
Para recordarnos, quizá, que somos diminutos. Y para recordarnos también que somos infinitos. Que la posibilidad de que nuestras palabras permanezcan en el mundo, aun cuando nosotros y nosotras nos hayamos ido, es enorme cuando esas palabras trascendieron y cuando alguien más, finalmente, las lee cuando está triste para ponerse de buenas.
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jl/I