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Sobre la complejidad del que se queda

Si tuviera que elegir un tema que más ha aparecido en mi vida lectora, ese sería el duelo.

En realidad, cuando lo pienso, yo lo he vivido poco. Solo la muerte de una persona me marcó sinceramente, y desde entonces siempre me pregunto si todos y todas tenemos un muerto que nos cambia de veras, que nos afecta de una manera especial. Si basta vivirlo una vez para entenderlo a profundidad.

Esa pregunta me asaltó esta semana con una de las lecturas que más quería hacer este año. No es una novedad literaria; es más bien uno de esos libros que orbitan alrededor de uno porque a todos les gusta, o les habla, o los mantiene en vilo: Umami, de Laia Jufresa.

El libro aborda la vida y la historia de una vecindad en la que viven cuatro familias marcadas por el duelo de distintas maneras. Es una novela coral, donde buena parte de los habitantes de esa unidad habitacional en la Ciudad de México explican las formas en que ven las pérdidas que marcan a los otros y a las otras en ese leve universo concentrado en un par de departamentos.

La primera parte del libro está narrada sobre todo por una niña pequeña, Ana, que perdió a su hermanita en un accidente y que intenta comprender –y luego narrar– las formas en que su familia lidia con esa ausencia. Su madre se refugia en el trabajo y en la tierra; y sus vecinos, entre ellos un antropólogo viudo que reflexiona sobre el duelo y una joven artista que busca escapar de su propia tristeza. La estructura fragmentada y circular de la novela refleja cómo el dolor y la esperanza se entrelazan en lo cotidiano, en esos actos pequeños pero decisivos de acompañar a los otros de las miles de maneras precarias en las que podemos. En el caso del libro, los personajes siembran milpas, adoran los bienes nutritivos del amaranto, hacen proyectos comunitarios que involucran a otros y otras, escriben o intentan recuperar el sentido del gusto y de la vida.

Lo más especial de este duelo compartido –del que el lector forma parte de una manera hermosa, lenta y no invasiva– es que ninguno de los habitantes de la vecindad se da cuenta de cómo acompaña y de cómo es acompañado por los demás. Quizá por eso los actos con los que se acercan a sus vecinos, a pesar de lo que han pasado, están más llenos de ternura. ¿No es así como nos acompañamos todos, a veces? Con un entendimiento que va más allá de las circunstancias, incluso de las palabras; uno que forma parte de la experiencia humana en pleno: que nos duela ver partir a alguien que amamos con la injusticia más inexplicable del mundo. Que se vayan los nuestros y no los otros.

Parte importante de la trama tiene que ver con las posibilidades del sabor: con que en la lengua somos capaces de distinguir los sabores dulces, salados y amargos. Umami es la suma de todos ellos, la posibilidad de experimentar la verdadera complejidad del sabor, de los alimentos. De la vida después de esa falta.

En el fondo, Umami es una historia sobre la resiliencia: sobre cómo, incluso entre los sabores amargos y salados de la pérdida, persiste la posibilidad de encontrar un matiz dulce que devuelva al mundo su complejidad y ese solo se encuentra en las experiencias compartidas, aunque sea en silencio, con quienes tenemos cerca. Es una forma de comunión que hace a la experiencia de estar vivos más compleja y a la vez, de alguna forma, reconfortante y hermosa.

X: @alecarrillogl 

GR