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La memoria infalible

Hemos estado colectivamente pensando mucho en la memoria últimamente, creo, en las formas en las que vamos guardando la historia y les damos significados. Valores. Puntos de partida.

Por eso leímos ‘La llamada’, el más reciente libro de Leila Guerriero, la escritora y periodista argentina, para prepararte este menú. Lo publicó este año Anagrama.

El dilema que propone en esta historia que perfila a Silvia Labayru es cómo hay contradicciones aún en las historias necesarias para entender el presente.

Silvia es un personaje que sobrevivió la tortura sistemática que la dictadura cívico-militar de los años 70 en Argentina, aplicó a jóvenes opositores a quienes consideraban terroristas y traidores a la patria. Cuando salió de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), uno de los centros clandestinos de detención, tortura y exterminio donde los militares secuestraban y torturaban a los jóvenes, por todas las destrezas y astucias que le fueron posible siendo una joven de 20 años en sus primeras etapas formativas políticas, sus propios compañeros, la sociedad incluso después de la dictadura la signaron por siempre como traidora. Si había sobrevivido a la tortura, pensaban, era solo porque había entregado a los suyos.

El trauma de haber sobrevivido a la violencia sexual de la que en ese entonces nadie hablaba se sumaron a la sensación de haber sido expulsada de la narrativa conjunta que se estaba escribiendo sobre los miles de excesos de la dictadura. ¿Ahí cómo cabe su historia si no es la de los inocentes que pagaron una cuenta que no debían?

Hay momentos en los que Leila dibuja un personaje complicado, uno en el que ella confía, pero del que no espera comprensión absoluta. Silvia tampoco parece ofrecerla. De hecho, hay momentos donde ella misma reflexiona sobre su participación en el grupo de izquierdas donde militaba, Montoneros.

“—¿Sabías qué operaciones hacían?”, le pregunta Leila respecto a cómo Silvia le pedía el coche a su padre, un militar de las fuerzas aéreas, para las operaciones que le encomendaban en la organización.

“ —No, pero sabía que el coche no era para salir a pasear. Esta idea de que lo que estábamos haciendo era tan valioso y tan justificable que valía todo. Poner a familiares y amigos en riesgo, pedirle a la gente que te acogiera en sus casas. Era una locura. Se suponía que estábamos haciendo la revolución. Que estábamos cambiando el mundo.”

Leila retrata las contradicciones con las que vive esta sobreviviente de los horrores de la dictadura. En momentos, sin que se lo pidan, casi la justifica, la entiende, es capaz de observar de dónde provienen sus arrepentimientos, sus posturas, sus reconciliaciones...

Los integrantes de Montoneros, como los de otras muchas organizaciones, recibieron como respuesta a sus exigencias la fuerza desmedida y feroz con la que les reprimió el estado. Decir que fue un conflicto –en México a un fenómeno similar le llamamos Guerra Sucia– nunca será una comparación justa. Las razones por las que luchaban también eran justas, aunque entonces nadie quisiera verlo.

De todos modos creo que es importante que lo sepamos. Es importante que nos incomode pensar en las víctimas de algo tan atroz como personas complejas, capaces de astucias terribles.

Si no, el esencialismo nos condena a repetirnos. El esencialismo de los buenos y los malos, las víctimas impolutas mártires, es fácil de derrumbar, muchas injusticias a lo largo de las historias de nuestros países se basan en la criminalización de estas figuras y luego, lamentablemente, en la impunidad.

Muchas personas víctimas de la represión que se replicó en muchos países latinoamericanos siguen desaparecidas, siguen sin que se les reconozca su verdad.

Por eso libros como ‘La Llamada’ siguen siendo un ejercicio importante, casi imposible.

X: @alecarrillogl

jl/I