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‘Good boy’, el miedo según Indy

‘Good boy: Confía en su instinto’ ya está en cartelera después de causar mucha expectación en redes sociales. El director Ben Leonberg ofrece una mirada novedosa al cine de terror al narrar una historia sobrenatural desde la perspectiva de un perro. El filme sigue a Todd, un hombre que se muda a la vieja casa familiar junto con su mascota, ‘Indy’. A través de llamadas telefónicas, grabaciones y reacciones del animal, se revela la presencia de una entidad maligna en el bosque cercano. Lo que para Todd parece simple paranoia, ‘Indy’ lo percibe con instinto animal: la amenaza es real.

Precisamente, el mayor acierto de la película radica en este punto de vista. Leonberg rodó ‘Good boy’ casi íntegramente desde la mirada del perro, construyendo una experiencia sensorial que imita su percepción del mundo. Durante 300 días de rodaje, el director buscó que cada plano reflejara lo que un perro ve, escucha o intuye: sombras, ruidos y presencias que los humanos no notan. Este enfoque convierte a la película en un experimento visual único dentro del género.

La historia, sin embargo, no explota del todo su ingeniosa premisa. Aunque la tensión se mantiene constante, el guion no logra desarrollar un clímax convincente ni una resolución sólida. El relato funciona más como una atmósfera inquietante que como un argumento contundente. ¡Como cortometraje hubiera estado excelente! Aun así, el resultado es interesante y palomero: una combinación de terror psicológico, sensibilidad animal y estética hipnótica que mantiene al cinéfilo al pendiente de la pantalla.

Obviamente, la película no hubiera sido la misma sin la excelente “actuación” del peludo que, por cierto, su dueño es el director. Su desempeño va más allá de lo anecdótico: transmite miedo, lealtad y vulnerabilidad. Cada gesto y mirada refuerza la emoción de la historia y da verosimilitud a su vínculo con Todd, interpretado con sobriedad por un reparto que permanece en segundo plano. La relación entre ambos dota al relato de una inesperada carga emocional, volviendo la experiencia conmovedora, además de perturbadora.

Se notan los tres años de filmación de Leonberg en ‘Good boy’, se adaptó al ritmo y humor del propio ‘Indy’. Ese nivel de paciencia y compromiso se refleja en cada plano. El resultado es una pieza tan visualmente intrigante como emocionalmente sincera.

Además, visualmente, la película es impecable. Las tomas a la altura del animal crean un lenguaje cinematográfico diferente; la cámara actúa como extensión de la conciencia canina. Rara vez se muestran rostros humanos, y el diálogo es escaso, lo que intensifica el aislamiento y la sensación de amenaza. La fotografía aprovecha la luz natural y los espacios cerrados para transmitir claustrofobia y misterio. Sorprende la estabilidad del trabajo de cámara: lejos de ser errático, logra una composición precisa que realza la atmósfera.

Leonberg evita los sustos fáciles. Prefiere construir el terror mediante la observación y la tensión progresiva. Los 83 minutos de metraje avanzan sin altibajos, y cuando finalmente lo sobrenatural se manifiesta, el efecto es impactante. Aun con ciertos lugares comunes (la casa embrujada, la fuerza invisible, el pasado oscuro), el tratamiento del punto de vista hace que el resultado se sienta original.

Eso sí, el desenlace podría haber sido más contundente, pero no empaña el mérito del proyecto. ‘Good boy’ demuestra que una película de terror puede ser efectiva sin recurrir a los clichés del género, y que el cine aún tiene espacio para explorar cómo perciben el miedo otras especies. Además, es un homenaje al vínculo entre humanos y animales, visto con ternura y respeto. Búsquela en la pantalla grande.

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jl/I