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Posando para la foto
Estos días he pensado mucho en la muerte.
El libro de Marina Azahua, Archivo agonía, me ha hecho reflexionar sobre el papel que esta juega en nuestro pensamiento, sobre todo en México, donde hacemos duelos diarios a causa de muertes violentas e impunes que inundan gran parte de los periódicos.
Creo que hoy hacemos un duelo distinto al de nuestros padres a causa de la constancia de las malas noticias, un duelo instantáneo y superficial, que a veces creemos que termina cuando movemos el dedo y le damos paso a la siguiente imagen en Instagram.
¿A dónde se va esa tragedia que atestiguamos unos segundos antes? ¿En qué lugar del corazón o de la conciencia guardamos todo aquello?
El libro de Marina Azahua, publicado por Sexto Piso a finales del año pasado, es una ficción que reflexiona sobre la muerte específicamente a partir de la imagen, especialmente la fotográfica. En la historia, un hombre, R., le escribe cartas a un editor, Gabriel, para pedirle que publique una colección de intervenciones fotográficas realizadas por su esposa Edith antes de morir de cáncer.
Durante años, Edith reunió imágenes famosas tomadas a lo largo del tiempo que capturaban momentos exactos en los que los sujetos de las fotografías estaban muriendo de formas terribles y extraordinarias. Las guardaba como canarios en las minas: para avisarle, adelantarle, de alguna manera, lo que vendría cuando la muerte estuviera cerca.
Ya antes, en Retrato involuntario. La fotografía como acto de violencia, publicado hace diez años, Marina Azahua se preguntaba sobre esa suspensión del tiempo que provoca la imagen, despojando a la muerte y al dolor de su cualidad fugaz: cruzar una línea y estar, de pronto, del otro lado.
Hay en ese tiempo que detiene la imagen algo que nos invita a la colectividad.
Con este libro he pensado mucho en las imágenes que hemos compartido a lo largo del tiempo, en la nota roja de hoy en día.
¿Por qué nos atraen tanto, históricamente, las imágenes de la tragedia? No puedo concebir que sea solo el morbo lo que nos ata a ellas. Creo que hay algo más, algo que tiene que ver con los espejos.
Hoy más que nunca, esas imágenes tienen que ser capaces de provocarnos preguntas distintas. Preguntas que tengan que ver con el espacio vacío que nos dejan las personas que hemos amado tanto cuando se van y con la huella que dejan en el mundo quienes vemos morir trágica e injustamente todos los días en el periódico si saber sus nombres, sus sueños, sus pasiones, la gente que también los amaba tanto.
Tengo fe en que pensar así, inevitablemente, nos lleve a ver las cosas de otra manera. A ver de otra manera las vidas de los otros y las otras. Nos haga capaces de la compasión y, por sobre todas las cosas, nos ofrezca consuelo.
En otro libro maravilloso, este de la filósofa española Ana Carrasco-Conde, La muerte en común. Sobre la dimensión intersubjetiva del morir, publicado por Galaxia Gutemberg, la autora explica que a lo largo de la historia de la filosofía, la muerte y lo que pasa con el espíritu de quien muere fueron siempre temas centrales para los pensadores y creadores de las escuelas filosóficas más importantes, que encontraron formas de narrarse el dolor de la pérdida.
Nos obsesionamos con la muerte porque es insoportable y lidiamos con ese sopor, esa inmensidad que a veces parece sin sentido para no sentirnos solas.
Eso es lo que hace, de alguna manera, este libro: convertirnos en la compañía del sufrimiento ajeno, haciéndole un lugar especial en nuestra memoria.
jl/I