En los últimos días se ha vuelto a hablar de la revocación de mandato. Un mecanismo que, nos guste o no, está en la Constitución y que algunos personajes que antes se asumían demócratas hoy cuestionan, mostrando algo parecido a la esquizofrenia política.
Primera incoherencia: en 2022 los opositores se quejaron de que el mecanismo era “carísimo” y que la participación fue baja. Ahora que los gastos pueden reducirse al empalmar con elecciones intermedias, aprovechando la logística ya existente, esos mismos críticos exigen que se haga en otra fecha.
Dicen que la gente está molesta con el gobierno federal y que las mediciones de popularidad están manipuladas. Por lógica, la revocación sería entonces una vía para plasmar ese descontento y sacudirse del “mal gobierno”. Sin embargo, quienes hablan de inconformidad llaman a la desmovilización, estrategia que ya vimos no fue la más adecuada en la elección del Poder Judicial.
En otro contrasentido, algunos críticos de la actual administración exigen que la presidenta concluya el período para el que fue elegida. Es como quejarse de un mal gerente, pero mantenerlo en el puesto en vez de aprovechar la oportunidad de despedirlo.
Más aún: desconfían del ejercicio y aseguran que será manipulado por las autoridades electorales, esas mismas que defendieron en las marchas de la Marea Rosa. Arguyen que “ya no es el mismo INE”, pero el actual Instituto Nacional Electoral ha demostrado capacidad técnica y seriedad al conducir comicios, incluso con recursos limitados. Conozco gente valiosa que ahí trabaja y ofrece todo su esfuerzo para que estos procesos resulten exitosos.
El argumento opositor más repetido es que la presencia de la presidenta inclinará la balanza hacia Morena. No seamos ingenuos: la figura presidencial nunca está ausente del imaginario político. Toda elección intermedia es, en los hechos, un referéndum sobre el gobierno en turno. De hecho, en intermedias, los partidos en el poder suelen enfrentar el desgaste de gobernar, lo cual es un ‘handicap’ a favor de la oposición. Ese descontento que pregonan, entonces, debería transformarse en votos y encontrar un cauce democrático en este ejercicio.
Toda esa resistencia opositora más bien parece pretexto para encubrir su debilidad política. Lo más fácil es decir que la gente está adormecida con los programas sociales, cuando en realidad, no han sabido construir una alternativa sólida, ni cuentan con liderazgos capaces de competir. La revocación es el espejo donde la oposición exhibe su debilidad.
Esto no significa cerrar los ojos a una realidad: el ejercicio necesita ajustes. En un texto que publiqué en 2022 planteé varias propuestas: transitar al voto electrónico o por internet para reducir costos y facilitar la participación; garantizar que la iniciativa provenga de solicitudes ciudadanas y no del partido en el poder; incluir en la boleta no solo la opción de revocar o ratificar, sino también quién sustituiría al o la presidenta en caso de revocación; y reducir el porcentaje para que sea vinculante, lo que impulsaría mayor participación.
Las herramientas democráticas maduran con el uso. Esta es la oportunidad para que la ciudadanía se familiarice con un mecanismo que trasciende partidos y coyunturas, y que podrá aplicarse en este y próximos sexenios. Llegue quien llegue.
*Investigador de la UdeG
X: @julio_rios
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