La decisión de Bad Bunny de colocar un segundo escenario en sus conciertos en la Ciudad de México ha puesto en evidencia cómo seguimos atrapados en una lógica de privilegios y en la ilusión de una supuesta meritocracia.
Resulta que el puertorriqueño incluyó La Casita, inspirada en las viviendas humildes de Puerto Rico, junto a la zona General B del estadio (más accesible en precio que la catalogada con el chocante término VIP). Esto conlleva una poderosa carga simbólica: acercar el espectáculo a quienes suelen quedar al margen de la experiencia “premium”.
No faltaron quienes pusieron el grito en el cielo y reclamaron ante la Profeco porque durante ciertos segmentos del concierto tendrían lejos al artista y a sus invitados. Palabras más, palabras menos: “Si pagué más, merezco más”. Aunque tampoco faltaron insultos clasistas.
Reflexionemos un poco. No siempre quien más obtiene es quien más merece. Lo común es que quien llega más lejos arranca desde una posición de mayor ventaja, ya sea por su color de piel, género, apellido o escuela donde estudió (y por ende, relaciones o contactos). A veces, simplemente por haber nacido en el lugar correcto y el momento adecuado.
Esto no niega que existan historias de superación (o casos de privilegiados que desperdician sus ventajas). Pero como advierte el filósofo y profesor en Harvard, Michael Sandel, autor de ‘La tiranía del mérito’, al dividir el mundo entre ganadores y perdedores, la meritocracia tiene un lado oscuro: genera arrogancia entre los exitosos y humillación hacia quienes se quedan atrás, quienes hasta son culpados, a rajatabla, de su propio fracaso. “Eso es odioso”, dijo en la FIL Pensamiento 2020, porque según esa lógica torcida, “si el éxito es solo mérito, el fracaso también lo es”.
Acudir a casi cualquier concierto sigue siendo caro. Pero, aunque no es el primer show con dos escenarios en la historia de la música, al menos Bad Bunny (que ha mostrado en varias ocasiones tener conciencia social) hace un intento, si quieren simbólico, de alterar la fórmula y democratizar su show.
Lo contrario ocurre con la FIFA. Una nota del periódico ‘El Financiero’ daba cuenta de boletos para la Inauguración del Mundial 2026 en México, con costos que oscilan entre los 85 mil y los 927 mil pesos (https://acortar.link/jHrHzb). Resulta paradójico que el futbol, históricamente vinculado a las clases populares, se convirtió en un espectáculo de élite, al estilo del tenis, el polo o el automovilismo.
Ambos ejemplos representan dos modelos opuestos, Bad Bunny intenta –aunque sea simbólicamente– democratizar la experiencia artística y alterar la lógica del capital. El de la FIFA, aleja a los públicos con una lógica de capitalismo voraz.
Es importante reflexionar estos modelos en una época en la que la educación, la salud y también el entretenimiento –cultura y deporte incluidos– se han convertido en mercancías reguladas por lógicas excluyentes. Todo gesto que desafíe esa dinámica y defienda que la cultura no se someta a la tiranía del capital merece ser celebrado. Bien por Bad Bunny.
X: @julio_rios
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