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¿Combate a la desinformación o censura encubierta?

Hace unos días, la periodista científica Ana Cristina Olvera compartió en sus redes una imagen de su licencia de locutora, otorgada en 2013, que era obligatoria para hablar ante un micrófono en radio o televisión. Reflexionó que esa credencial parece una reliquia y lanza dos pertinentes preguntas: ¿Debemos tener licencias para hablar de ciertos temas? ¿Es una forma de asegurar información verificada o una manera de coartar la libertad de expresión?

Esto luego que China aprobó una norma “que obliga a los creadores de contenido a acreditar su formación profesional si quieren publicar sobre temas considerados de interés público”. (Animal Político, octubre de 2025 https://animalpolitico.com/tendencias/actualidad/china-obliga-a-influencers -a-ser-expertos-titulados-o-les-aplicara-censura), como salud, derecho, finanzas, educación o medio ambiente; hasta con multas equivalentes a 260 mil pesos.

La democratización informativa, como señala Ana Cristina Olvera, ha permitido a cualquier persona abrir una cuenta, construir una audiencia y opinar sobre cualquier tema. Pero esto también ha provocado que personas caigan en las garras de falsos profesionistas, o como lo relató la periodista y verificadora Siboney Flores en una mesa organizada por el CUGdl de la UdeG y la fundación alemana Konrad Adenauer: una madre de familia murió tras seguir consejos erróneos difundidos en grupos de Facebook.

La verificación de información es una de las grandes necesidades de nuestro tiempo. TikTok ha crecido exponencialmente y más de 60 por ciento de sus usuarios tienen entre 16 y 24 años. En México es la segunda red más usada y según el Reuters Institute, es la principal fuente de noticias para millones de jóvenes.

Por eso medidas como las anunciadas en China parecen tener un espíritu noble. Pero también tienen inconvenientes, generan una especie de chilling effect, es decir, que incluso los profesionistas serios se abstengan de participar en la conversación pública por temor a ser malinterpretados y por ende, multados. O que, en el peor de los casos, estas políticas asomen la tentación para la censura pura y dura.

En un artículo anterior que publiqué en el sitio español The Conversation (https://theconversation.com/no-crea-todo-lo-que-dice-messi-aunque-escuche-su-voz-como-regular-la-ia-respetando-la-libertad-de-expresion-226946), reflexioné sobre cómo hay dos modelos de regulación para combatir la desinformación: el preventivo y el punitivo. En cuanto al primero, algunos países optan por modelos de autorregulación, las plataformas se hacen responsables de evitar la proliferación de esos contenidos. El otro modelo, implica sanciones económicas por parte del Estado.

El miedo a esas multas ha provocado que se eliminen publicaciones que no lo ameritaban, para no arriesgar a ser castigados. Por eso, un enfoque intermedio pasa por el consenso entre autoridades y empresas, fortalecer la alfabetización mediática y promover la verificación colaborativa o curaduría de contenidos.

Confieso que nunca tuve esa credencial de locutor -me habría encantado-, pero si le tomo la palabra a Ana Cristina, quien lanzó estas preguntas con esa agudeza y lucidez que le caracteriza. Coincido con ella, es tiempo de repensar las reglas, para que la democratización de la voz pública deje de ser campo fértil para la desinformación, pero sin caer en la tentación de censurar la pluralidad.

*El autor es investigador de la UdeG

X: @julio_rios

jl/I

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