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Un México violento
Porque nos la quitaron
Es una pésima noticia para el país que el secretario de Gobernación, Adán Augusto López, se esté haciendo presente en la agenda pública nacional a base de garrotazos. La inseguridad y la violencia política que se vive en el país, no nos permite darnos esos lujos. El secretario está ahí para evitar que la casa se queme, no para echarle gasolina al fuego: justo lo que está haciendo.
Las embestidas y exabruptos de este alto funcionario del gobierno de la República –el segundo de a bordo– contra los gobernadores de Movimiento Ciudadano y, más recientemente, contra el ex presidente Felipe Calderón, nos hacen suponer que el gobierno federal ha antepuesto, de forma definitiva, los intereses electorales por encima de una de sus responsabilidades esenciales: procurar la estabilidad política y social.
Las razones del secretario son obvias y, por ello, muy cuestionables: ganar terreno como precandidato y mantener a raya a MC para evitar que este partido se acerque de más al PAN rumbo a 2024. Sin embargo, golpear a los gobernadores de oposición, a propósito de la crisis de seguridad que sufrimos en buena parte del territorio nacional, es un despropósito terrible.
El espacio de trabajo de Adán Augusto es el hilo más delgado del sistema y desde ahí se deberían construir, y no destruir, los puentes de comunicación con la oposición. AMLO ha sido un presidente de pocos acuerdos y tratos con sus adversarios, y parecía que el secretario había llegado a evitar una erosión más aguda en las relaciones políticas del presidente. Iba bien, operaba en la sombra con cierta efectividad, pero de unas semanas para acá todo cambió.
El riesgo de su repentina actitud, después de cumplir un rol conciliador, es inminente y una fórmula que condiciona, aún más, las funciones del gobierno en turno a arrebatos personales en detrimento de una visión institucional de la política. Pero ojo, AMLO es el presidente, ostenta una legitimidad que le viene de las urnas y tiene credibilidad entre un buen número de ciudadanos. Adán Augusto no es AMLO. Peor aún, está ahí para cubrir a su jefe, no para emularlo e inventarse una campaña electoral desde la Segob.
Es evidente que la embestida de Adán Augusto se da como respuesta a la negativa de las y los senadores de MC de ampliar la presencia de las Fuerzas Armadas en las calles hasta 2028. Y si bien los resultados y las estrategias de seguridad de los gobiernos locales tampoco resultan alentadoras, la lógica del funcionario no nos lleva a ninguna parte. Su comportamiento no está orientado a mejorar los resultados y no le abona a una estrategia para detener el terror que causa el crimen organizado en nuestras ciudades y comunidades.
El desdén por las reglas, tan característico de este sexenio, la legitimidad y el estilo personal de gobernar de Andrés Manuel López Obrador han erosionado nuestro ya de por sí endeble entramado institucional, que, si bien servía de muy poco a la gran mayoría de la población, ofrecía certezas mínimas sobre algunos procesos fundamentales para la República: estabilidad y gobernabilidad.
El peligro de todo esto es inminente, incluso para el propio gobierno federal, por dos razones: la primera tiene que ver con el vacío que Adán Augusto le está generando al gobierno y al presidente; la segunda tiene relación directa con la sucesión presidencial, en la elección interna de Morena, y en la constitucional.
De acuerdo con la propia Constitución, la Secretaría de Gobernación existe para atender el desarrollo político del país y para auxiliar en la conducción de las relaciones del Poder Ejecutivo federal con los otros poderes de la unión, los demás niveles de gobierno y para fomentar la convivencia, la paz social y el bienestar de las mexicanas y de los mexicanos en un Estado de derecho. Nada más lejano de la realidad en la que vive Adán Augusto López.
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jl/I