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Alcance

Lo que hacemos como colectividad tiene siempre un significado. Cada acción, cada decisión, cada espacio que ocupamos como grupo tiene la intención de mandar un mensaje, de transmitir una emoción, de sobrevivir incluso.

Es por ello que no entiendo cómo es que el gobernador Enrique Alfaro no es capaz de comprender qué significa que la gente, los ciudadanos, sus gobernados vayamos y nos manifestemos afuera de Casa Jalisco por aquello que nos lastima, que nos preocupa, que nos enoja, que nos duele.

Me parece inverosímil que, tan inteligente y frontal como es, el gobernador no interprete aquello que ocurre en esas protestas afuera de la residencia oficial –su vivienda actual–. Y, en todo caso, tampoco creo que no exista nadie (porque debería existir alguien, siempre, siempre) que le dé esa visión que a todos nos falta cuando estamos tan afanados en un tema que incluso hasta perdemos la perspectiva.

Esta breve reflexión viene al caso porque, en la semana, luego de que los familiares de tres jóvenes desaparecidos en Zapopan se plantaran afuera de su puerta, el mandatario dijo: “Lo que yo invito a la gente es que entienda que no hay nada que venir a hacer a la puerta de Jalisco, pero siempre estará el gobierno con la disposición de respetar el derecho a manifestarse. Si lo que se quiere es información, están las oficinas de la Fiscalía para atenderlos; si lo que se quiere es la nota de los medios, pues está aquí a disposición la calle, pero creemos que hay mejores maneras de poder atenderlos”.

Alfaro decidió, porque quiso, porque era su aspiración, porque es parte de su carrera profesional, porque fue el sueño de toda su vida o por la razón que sea, ser gobernador de Jalisco. Y no concibo que alguien con tales aspiraciones (y logros) como él –y como muchos otros hombres y mujeres que se dedican a la política– no supiera a lo que se iba a enfrentar.

Este estado (el país tampoco, por cierto) no se descompuso el día en que ganó las elecciones, sino ha sido un proceso terrible y largo en el que nadie con las miras de Alfaro puede sentirse llamado a la sorpresa. Tal vez la sorpresa sí fue más grande de lo esperado, con una violencia inusitada expresada en desapariciones, fosas ilegales, policías infiltradas, lavado de dinero… pero no me cabe en la cabeza que no supiera (que no sepan aquellos que muestran sus intenciones políticas) hacia dónde iba este barco.

He pensado en esta semana lo que el gobernador muchas veces ha dicho sobre aquellos que quieren que le vaya mal a Jalisco; muchos de esos que entraríamos en esa categoría que él hace nos quejamos sobre lo que ocurre por todo lo contrario: porque nos encantaría que los programas dieran resultados chingones, porque queremos funcionarios inteligentes y responsables, asertivos y con disposición de hablar de los temas que les tocan; porque aspiramos a un mejor lugar para vivir, para que crezcan nuestros hijos, nuestros negocios, nuestras familias, nuestras vidas… y precisamente por eso los elegimos a ellos, por eso lo elegimos a él (como hemos elegido a otros en otras ocasiones).

Yo voté por Alfaro dos veces. Una perdió la gubernatura contra Aristóteles Sandoval. Otra, esta, la ganó. Creo que es la primera ocasión que lo escribo en este espacio. Y aunque he criticado y me he quejado sobre este gobierno, no quiero, de verdad, que le vaya mal a Jalisco.

No creo, con toda honestidad y sin malicia, que el gobernador no sepa por qué la gente se manifiesta afuera de Casa Jalisco. Si no alcanza a entender que es porque todo aquello que esas personas han intentado antes de acabar afuera de su puerta no ha funcionado y entonces acuden a él como un último recurso, como un faro en medio del mar inmenso y oscuro, una esperanza a la cual asirse, entonces estamos más perdidos de lo que me imaginaba.

Y es desolador.

Twitter: @perlavelasco

jl/I