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Jueces nuevos renunciando
Porque nos la quitaron
La auto postulación del líder empresarial, Gustavo de Hoyos, como candidato ciudadano a la Presidencia de la República en 2024 es muy sintomática del estado actual de la oposición y de nuestra vida pública en general. La angustia de una parte de las élites económicas, -las que han sido desplazadas por el actual régimen- se hace cada día más evidente.
Y no es para menos, ya no les queda mucho tiempo y seis años más de lo mismo les representa pérdidas incalculables en todos los sentidos, por eso están obligados a patalear, gritar y buscar una alternativa hasta por debajo de las piedras, considerando que el PAN y el PRI no serán una opción, sobre todo después de la elección en el Estado de México.
Si a la debacle electoral le sumamos que el propio AMLO se ha encargado de desmontar el modelo de comunicación gubernamental que sobrevivió hasta Peña Nieto, sustituyéndolo con su propia visión de la realidad -a veces fantástica-, hay razones de sobra para suponer que también los medios de comunicación están incluidos en estas élites que hoy lloran su suerte.
Ante este panorama, en las últimas semanas se han potencializado dos fenómenos: una ruptura más profunda de la, de por sí endeble, alianza entre los empresarios y el PRIANRD, y el posicionamiento de Marcelo Ebrard como opción dentro de los círculos de votantes que no simpatizan con la 4T, alentado, esto último, por buena parte de la comentocracia.
Estas reacciones demuestran que la llegada del lopezobradorismo al poder modificó profundamente la dinámica y composición de nuestro sistema político, cuando menos del que venía operando desde el sexenio de Salinas de Gortari, a tal grado que muchas de las estrategias de presión que utilizaban empresarios y medios, y que funcionaban en el pasado, hoy son obsoletas.
El experimento “Ebrard como corcholata de la oposición” ha sido alentado por analistas y periodistas como Aguilar Camín, Jorge Fernández, Carlos Marín y otros más y ya ha tenido impacto en los círculos de votantes urbanos del país que observan en la disputa interna de Morena la única posibilidad de impedir que el proyecto de López Obrador perdure más allá de su mandato.
La fórmula que plantean es sencilla y, por lo tanto, complicadísima de ejecutar: Marcelo Ebrard, más moderado, tendría que ganarle la candidatura a Claudia Sheinbaum, la más cercana ideológicamente a AMLO, o, en el otro escenario, convertirse en el mártir democrático de Morena y abanderar las causas de la oposición en pleno.
Este escenario es harto complejo por varias razones, pero una sobresale de entre las demás. López Obrador observa y vive el sexenio y los años posteriores al mismo como parte de una historia en la que él es líder y héroe indiscutible, al mismo tiempo que cronista.
Para llevar a buen puerto el relato de la 4T necesita darle continuidad a su proyecto de país y eso, irremediablemente, pasa por dejar un(a) sucesor(a) que represente fielmente sus convicciones. Lo dijo el sábado pasado en el Zócalo, su decisión favorecerá a quien garantice “continuidad con cambio, sin zigzagueos ni medias tintas”. Hoy más que nunca queda claro que la continuidad dibujada por AMLO no da cabida a la moderación.
Y ojo, el relato que se cuenta López Obrador a sí mismo no define a los personajes en cuestión. Ni Sheinbaum es su copia fiel en el gobierno de la Ciudad de México, ni Marcelo Ebrard ha sido el más moderado o conservador en sus decisiones al frente de la cancillería. Sin embargo, los grupos y tribus cuatroteístas han cachado las señales del líder y éstas apuntan, indiscutiblemente, a la jefa de Gobierno de la Ciudad de México.
De esta forma, y por más paradójico que parezca, una de las últimas esperanzas de la oposición al actual régimen está en Morena. Hoy Ebrard se ha convertido en el sueño de la oposición.
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jl/I