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Elecciones, la lucha por ser de las élites

Los partidos políticos se encuentran en el proceso de afianzar o renovar a las élites políticas de México. Los comicios son un flujo continuo, trianual o sexenal, de personajes que pasan a integrar la cúpula política nacional o que refrendan su estancia en ese amplio espacio. Los que se acercan o llegan al pináculo hacen todo lo posible por permanecer en tales o cuales cargos, hasta por más de 40 años. Lo que llaman “carrera política” es la acumulación de poder personal, familiar o grupal cobijados por una ideología partidista. Desde esas posiciones, lo más común es que los políticos tradicionales en cuestión pierdan piso, se envuelvan en una cápsula y justifiquen, no cuestionen y acepten lo que como ciudadanos comunes tal vez criticaban. No es lo mismo observar desde “arriba” que desde “abajo”.

La “carrera política” consiste en escalar y escalar, trepar y trepar, pasar de un cargo público a otro, se tenga o no el perfil, sin importar bajo qué corriente o partido político se haga. Buena parte de los regidores, alcaldes, diputados, senadores, gobernadores o el presidente de la República tienen en su currículum político el que brincaron de un partido a otro, o participaron en la creación de uno nuevo, a su modo. Los partidos son agencias movilizadoras de empleo para miles que aceptan los principios y estatutos, para luego, si no alcanzan un puesto, moverse sin dilación ni rubor a otro que ofrece mejores condiciones para, tal vez, alcanzar la punta de la pirámide y vivir incrustados en alguna élite.

En México las ideologías partidistas son vestuarios mentales que se pueden hacer a un lado para ponerse a la moda. Son desechables si se convierten en un ropaje de pensamientos que impide el ascenso o mantenerse en alguna élite local, estatal o nacional. Lo podemos constatar, por ejemplo, en quienes han abandonado cualquiera de los partidos para montarse en otros. Los tránsfugas partidistas abundan. O, si no abandonan el partido, sin muchos remilgos aceptan coaligarse con quienes, supuestamente, son sus adversarios ideológicos. Es el caso de la coalición que respalda a la precandidata Xóchitl Gálvez. Con tal de disputar el poder del que han sido o podrían ser arrojados, conjugaron PAN, PRI y PRD un mazacote ideológico pragmático, con promesas que en el pasado no cumplieron.

En tanto, la precandidata Claudia Sheinbaum está acompañada de numerosos personajes que llevan en su currículum el prefijo ex. Son ex panistas, ex priistas, ex perredistas, o son ex funcionarios de tal o cual nivel de gobierno. Los hay indeseables para el proyecto de gobierno que asegura impulsará, incluidas decisiones cuestionables que promueve el presidente Andrés Manuel López Obrador. La rodean personajes que continúan en el estira y afloja por subir o permanecer en la élite, ahora con otra camiseta puesta.

Se trata de una élite, sea quien sea que la ocupa, que suele hablar a nombre de los mexicanos de a pie, los que naufragan entre la violencia, la pobreza, la represión, las carencias educativas, las enfermedades, a los que dan migajas. Una élite que, por estar en la punta más alta de la pirámide, con excepciones, entra en un proceso de insensibilidad social.

Los ahora precandidatos a alcaldes, gobernadores y la Presidencia de la República hacen campaña para ocupar o reocupar una curul o un escritorio. Las elecciones son la oportunidad para numerosos vividores de la política de contar con secretarias o secretarios, asesores, choferes, vehículos, grupos de seguridad, oficinas lujosas, dispositivos de comunicación, onerosos sueldos y prestaciones, millonarios recursos públicos a su disposición; de tener otro estatus, para ser lisonjeados o buscados para que den tal o cual apoyo, a cambio de algo. Son los que negociarán con la otra élite, la empresarial, con la que cómodamente convivirán.

Mientras las élites económicas del país continúan fortaleciéndose, la renovación parcial de la otra élite, la política, se recrudece en las campañas y elecciones.

X: @SergioRenedDios

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