¿Cómo puede festejar Navidad o Año Nuevo un criminal que desaparece personas, que las ha torturado, deshecho, metido sus restos en bolsas y arrojado a una de las fosas clandestinas? ¿Cómo lo toleran sus familias, que simulan desconocer en qué actividades está involucrado o involucrada, y que conviven en esta temporada decembrina con quien ha cometido actos ruines? ¿Cómo narcotizan sus consciencias quienes menosprecian la vida y bienes de sus víctimas?
Las noticias de seguridad pública están repletas de agresores y agresoras. Roban, asaltan, fraudean, torturan, asesinan, etcétera. El violento o la violenta no reconoce la violencia que ejerce, y si la reconoce, aunque sea en parte, la justifica. Se justifica. Se burla de sus víctimas, se autocalifica de “valiente”, se siente con poder gracias a su fuerza física o a un arma, tal vez venera a un líder y grupo cómplice, dice que robar o asesinar son un “trabajo”, que es su destino y sin piedad descarga su furia interna en el mundo que lo rodea.
En estas fechas decembrinas, violentos y violentas compran regalos, rezan en la cena de Navidad, aseguran desear lo mejor para sus familias o amigos, juran que los aman, que son lo mejor en sus vidas, les dedican canciones. Cualquiera que los vea un rato podría creerles.
Sin embargo, cuando se festeja algo se aparecen para asegurar que quieren a quienes los rodean. Sin importar que a su gente cercana la pongan en peligro. Sin importar nada. Los violentos son ejemplo de la inconsciencia sobre su agresividad y su pésimo manejo emocional. Suponen que la violencia es solo física, cuando esta puede ser económica, psicológica, social, emocional, laboral, digital, patrimonial, simbólica, etcétera.
El mundo está repleto de personas violentas que se consideran a sí mismas no violentas. Son la hipocresía total. Si no sé cómo odio, ¿cómo aseguro que sé amar? Si mi comunicación es violenta, ¿cómo sostengo que amo? Si no reconozco cuáles son mis conductas cargadas de odio, ¿cómo afirmo que soy una persona que sabe amar?
Conocemos muchísimos personajes, sobre todo varones, que juran que aman a sus parejas, y las humillan, las golpean, las atemorizan, las controlan, se burlan de ellas, las someten, les impiden crecer profesionalmente, las insultan y llegan hasta asesinarlas. Son los que cada cinco minutos las agreden, de una u otra manera, pero que, infames, dicen que las aman y hasta juran ante Dios que son el amor de su vida; pero en cualquier momento se van contra ellas, con cualquier pretexto.
El personal de Centros de Atención a Mujeres, policías y Ministerios Públicos, psicólogos y psiquiatras pueden contar miles de historias de violencia de quienes niegan ser violentos.
El instrumento conocido como violentómetro precisa las distintas manifestaciones de violencia en la vida cotidiana, ¿cuántos niños o niñas, jóvenes, adultos o personas de la tercera edad identificarían las diferentes maneras en que son violentados por quienes normalizan las agresiones?
La violencia también se dirige a los padres, los hijos, los hermanos, los primos y en general al conjunto de familiares; lastima a vecinos, a personas que se cruzan en el camino, a compañeros de trabajo, a quienes circulan en sus vehículos, a la gente que es diferente, a quienes profesan otras ideas políticas o religiosas, etcétera.
Que sea de genuina paz la Nochebuena. Que construyamos un México cimentado en la paz.
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