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El peor país

Nada importa tanto como la vida humana
Óscar Arnulfo Romero

Como señala el padre Omar Sotelo, Premio Nacional de Periodismo en Derechos Humanos, a lo largo de la historia “cada generación ha combatido sus propias batallas, muchas han dejado caminos de destrucción que han debilitado a sus futuras generaciones; otras en cambio, han pasado a la historia, siendo peldaños fuertes en donde se cimienta el nacimiento de generaciones vigorosas”.

Afrontar la violencia de hoy es un reto que se debe encarar, no individualmente, sino en solidaridad con los demás. La violencia se encara con los valores y fortalezas que posee toda una generación.

De no hacerlo así, pasaremos a la historia como aquellos que, teniendo la oportunidad de haber enfrentado a este enemigo común, cayeron vencidos por su silencio.

Cuando conocimos la noticia hace unos días del hallazgo de un rancho de exterminio, en Tlajomulco, por el rumbo de San Agustín, donde se encontraron tambos y bolsas con cuerpos desmembrados, así como herramienta para descoyuntarlos, da una sensación de vacío e impotencia que vivimos en México desde hace varios años. Nos hemos vuelto ya muy vulnerables en grandes regiones de nuestro estado.

La violencia que hoy vivimos ha roto por completo todas las fronteras, todos los límites, todos los estatus. México es el país latinoamericano que, en 2019, se encuentra en las peores condiciones.

El peor país para vivir no es Venezuela, con su pobreza y dictadura. No es Nicaragua, con sus 400 muertos, no es Honduras o El Salvador, con su pobreza y migración.

Es México, con sus 250 mil asesinados y más de 60 mil desaparecidos, donde no existe una guerra civil declarada, pero con una violencia tal, como si lo fuera.

Es evidente que esta violencia nos ha rebasado. Es ésta una batalla que vamos perdiendo. Las estrategias y reformas implementadas para detener las muertes violentas no funcionan. La sangre sigue corriendo; la vida de muchos de nuestros hermanos se termina por la fría violencia a la que no le importa a quien toma y frente a las miradas indiferentes y el brutal silencio de miles, que en mucho nos hace cómplices.

A pesar de las noticias de balaceras, de ejecuciones, de fosas encontradas con decenas de cuerpos, tanto los ciudadanos como el gobierno nos comportamos como si nada ocurriera, como si esas muertes y desapariciones no nos competieran. Deshumanización e indiferencia.

“De nada sirven las reformas si van teñidas de tanta sangre”. Esto predicaba el gran arzobispo Óscar Arnulfo Romero en junio de 1979. En este sentido, no sirven los cambios y las buenas voluntades si no trasformamos antes la vida y los corazones de tantos hombres y mujeres que se han llenado de odio.

Necesitamos como sociedad un plan general para conocer lo ocurrido en estos años de mucho plomo que inició el 2006. Necesitamos una reforma de justicia que impida que la violencia sea una forma natural de la vida cotidiana.

De nada sirve desgastarse si mujeres y hombres, niños, periodistas, empresarios, políticos, campesinos, sacerdotes siguen muriendo violentamente. De nada sirve la lucha contra la violencia si no hay una eficaz seguridad para cada uno de los que habitamos este México de hoy.

Necesitamos una gran movilización social y popular, constante, para lograr una acción directa del Estado para revertir esta situación. Sabemos que esta violencia no cesará, seguirá segando vidas si se lo permitimos.

La política de Estado ha sido la indiferencia. Somos un país que no quiere saber sobre la muerte de las 250 mil personas y así nos convertimos en un país sin memoria y con poca consciencia del futuro.

O bien, pasaremos a la historia como los que enfrentaron y aunque es posible que no veamos los frutos de lo sembrado, sí dejaremos la simiente para que generaciones venideras vivan vigorosas y llenas de una próspera seguridad.

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JJ/I