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Colonialismo cultural

Debo admitir que las redes sociales son para mí una fuente incesante de noticias y de elementos de asombro, y, dada mi tendencia a (sobre) analizar las cosas, punto de origen para muchas reflexiones. Esta semana no fue la excepción. El aviso de Disney de producir una nueva versión de La sirenita con actores reales en lugar de animación hubiera sido motivo de regocijo general, excepto porque la casa productora tuvo la osadía de poner en el reparto a una chica afroamericana, Halle Bailey, como la protagonista. Eso sí que causó furor. En Twitter la categoría #NotmyAriel (No es mi Ariel) tuvo un impacto impresionante. La gente protestaba porque se estaba destruyendo un ícono de su infancia, que la acción afirmativa y la inclusión habían llegado demasiado lejos, y que por ningún motivo verían la película, porque Ariel debe ser blanca, de ojos azules y pelirroja.

Esta reacción es una muestra de lo que es el colonialismo cultural. Durante décadas, Hollywood no tuvo el menor empacho en contratar actores caucásicos para roles históricos o ficticios que evidentemente retrataban a otras etnias (Elizabeth Taylor como Cleopatra, o Johnny Depp como Toro, el compañero del Llanero Solitario; entre muchos otros). En esos casos, las protestas se limitaban a la calidad de la actuación, no se ponía en duda que quizá una persona blanca no fuera realmente la más adecuada para el papel y que eso podría ser un obstáculo para la película. Hoy no se tolera que la actriz elegida sea una mujer de color, como si el tono de la piel de Ariel jugara un papel relevante en la historia, lo que sí ocurre en el caso de otras princesas de Disney, como Mulan, Pocahontas o Mérida, que están situadas en contextos étnicos muy específicos.

Este colonialismo al que me refiero hace que ciertas expresiones culturales sólo admitan un tipo determinado de representación. Cuando era adolescente, mis personajes en las historias que escribía de ciencia ficción siempre tenían un nombre en inglés: me resultaba chocante, fuera de lugar, el sonido de un nombre castellano en un comandante espacial; yo estaba totalmente dominado por las historias de Asimov, Clarke y Bradbury, por lo que no podía pensar que la gente que exploraba el cosmos no fuera estadounidense o británica. Muy probablemente esa sea la razón por la cual no hay superhéroes mexicanos (exceptuando al Chapulín Colorado, pero eso es tema de otra columna). Actualmente empieza a haber superhéroes hispanos (Miles Morales es el ejemplo perfecto), pero como representación de las minorías en los Estados Unidos, no surgidos desde la periferia.

La colonización cultural permea en todos los medios de comunicación. Basta ver los estereotipos de personas que se anuncian en revistas y en la televisión: de piel blanca y ojos claros; esos comerciales no solamente tratan de vendernos productos, sino estilos de vida, y de forma más importante, modelos aspiracionales: todos deberíamos intentar tener la piel más blanca (empezando por las axilas, según un comercial de desodorantes). Por lo mismo, vemos como impensable que alguien que no cumple con estos estándares de repente ocupe un lugar prominente.

La sirenita es un cuento para niños, ¿por qué súbitamente los adultos se molestan porque tiene otro color de piel? ¿Modifica en algo su esencia o la lección moral detrás de la historia? Quizá el hecho de que a alguien le resulte chocante que las minorías estén mejor representadas habla más de lo que ocurre en la cabeza de nosotros como espectadores que de una probable conspiración para imponer quién sabe qué agendas en contra de los pobres blancos.

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da/i