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Un México violento
Porque nos la quitaron
Siendo realistas, era imposible un cambio tal que terminara con la criminalidad imperante en nuestra sociedad, pero también es algo que el pueblo esperaba con anhelo. A nivel local y a nivel nacional votamos por un cambio.
Todos sabíamos que no sucedería y, sin embargo, teníamos altas esperanzas de que nuestro pesimismo fuera defraudado.
Lo más natural era esperar que todas las condiciones permanecieran más o menos inalteradas, tal como ha ocurrido, pero secretamente apostábamos que un día no muy lejano nos despertarían de una terrible pesadilla para decirnos que todo había pasado, que estábamos bien, que no había más nada que temer.
La pesadilla sigue. Los niños en desarrollo crecen educados en una cultura de violencia e ilegalidad, no conocen de paz y fraternidad. En medio de una descomposición social tan notoria es fácil entender que los ciudadanos hayan optado por programas de gobierno que prometían una reformulación moral de las instituciones, pero siempre con derrotismo, siempre dudando que los responsables políticos de esas transformaciones darían el ancho.
Según Groucho Marx, la política es el arte de crear problemas, llegar a diagnósticos erróneos al respecto, diseñar soluciones equivocadas y ejecutarlas de la manera más lamentable posible. En ello hemos triunfado a nivel local y nacional a un año de gobierno de las nuevas administraciones y el panorama no parece halagüeño.
El crimen perpetrado en Torreón por un niño de 11 años el viernes es sintomático. Esa situación de tiroteos escolares, común en una sociedad como la estadounidense, en la mexicana todavía es difícil de entender. El estudiante de sexto de primaria asesinó a una maestra y disparó a otros niños y maestros con dos pistolas antes de quitarse la vida. Su mente estaba enferma, crecía enferma. La regulación de posesión de armas de fuego en México es estricta y aun así ese pequeño tuvo la facilidad suficiente para acceder a dos piezas y trasladarlas a su escuela en ejecución de un aparente plan ya premeditado.
Los delitos violentos han adquirido cada vez mayor preponderancia respecto a los no violentos y gran parte de ellos son cometidos usando armas de fuego de todo tipo, desde revólveres y fusiles hasta pequeños falsos bolígrafos. Los aseguramientos por parte de policías municipales, estatales y guardias nacionales son cotidianos. Los enfrenamientos contra las fuerzas del orden son habituales, ya sea en operativos de captura de delincuentes comunes o en ataques directos contra representantes de la autoridad. Todo ello es caldo de cultivo para potenciales perpetradores de conductas antisociales. En los Estados Unidos siempre han sido motivo de debate las restricciones al uso de armas de fuego, que en algunas zonas no requieren ni siquiera registro para su adquisición. En México hubo un período largo de uso prácticamente libre de armas de fuego hasta que fueron restringidas. Todo mexicano tiene derecho a poseer y usar armas de fuego, pero para ello es necesario tramitar permisos ante la Secretaría de la Defensa Nacional.
Si pese a todos los candados requeridos para usar una pistola hay casos como el de Ángel, que disparó a maestros y niños en un colegio, tenemos ahí un problema digno de toda la atención antes que escape de control. Las políticas de cultura de paz con visión de largo plazo definitivamente son cruciales ahora para evitar el recrudecimiento a futuro de eventos de tiroteos escolares. La responsabilidad es de la sociedad, pero se requiere una tutela férrea del Estado y un énfasis incansable en la promoción de la cultura de paz, un cambio de chip drástico empezando por los adultos.
Twitter: @levario_j
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