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La mañanera del avión

¿Por qué Felipe Calderón, en las postrimerías de su presidencia espuria, decidió la compra de un avión valuado en su momento en 750 millones de dólares, para destinarlo al uso exclusivo de la Presidencia de la República? ¿En qué país estaba pensando cuando decidió endeudarlo por casi 10 mil millones de pesos, para el trasporte del jefe del Ejecutivo? Si es verdad que garantizar la movilidad y el desplazamiento del responsable de la nación requiere invertir en el equipo necesario, ¿eso justifica la adquisición de uno de los aviones más costosos y, además, acondicionado con las máximas comodidades y acabados de lujo? 

La Sedena de entonces justificó la compra por cuestiones de “seguridad nacional”. Argumento que se antoja cínico, en tiempos del mandatario que sumió al país en la espiral de inseguridad que todavía permanece. Pero también la compra del avión simboliza el divorcio brutal entre la visión de país que alimenta la clase política en su expresión burocrática, con la realidad cotidiana a la que se enfrentan y muchas veces padecen los ciudadanos. Desde esta perspectiva, el avión presidencial era, y es, un insulto para los mexicanos. 

Devoto por el uso de los simbolismos, sean de lo que sea y vengan de donde vengan, López Obrador hizo del avión presidencial la metáfora perfecta para ilustrar en sus discursos de campaña el despilfarro de recursos presupuestales de los gobiernos anteriores, y se comprometió a venderlo si alcanzaba la Presidencia. Lo que tal vez no se imaginaba en esos momentos era que ganar la elección resultaría más fácil que vender el avión. En efecto, al día siguiente de protestar el cargo, presentó a los medios los detalles para la venta del avión. Circularon profusamente fotografías del interior de la nave, se decidió enviarla a un hangar en Estados Unidos para su resguardo y mantenimiento en tanto se concretara su venta, para la cual solicitó la intervención de la ONU en aras de transparentar el proceso. Convertido en agente de ventas, intentó colocarla entre sus pares, como Emmanuel Macron y el mismísimo Trump, que declinaron la oferta. Lo que alguna vez supuso que la venta del avión sería un mero trámite se ha convertido, tal vez a consecuencia de su predestinación zodiacal, en una constante obsesión. 

Esta fijación le ha ocasionado severos traspiés que han erosionado el contenido simbólico de la aeronave, respecto a la prepotencia e insensibilidad presidencial. Su actitud reticente y su tendencia a trivializar temas, como la violencia contra las mujeres o ante las críticas por la gestión errática e improvisada del gobierno federal frente a la pandemia. Su ocurrencia de rifarlo sin rifarlo ha servido como insumo a una buena cantidad de memes que han circulado profusamente en las redes sociales, que más que condenar la prepotencia que simboliza la aeronave, se han enfocado en fustigar la imagen del presidente actual. 

El hecho de que López Obrador lo haya utilizado como tema único en la mañanera del pasado lunes, en el marco espectacular del hangar presidencial, lejos de recuperar su carga simbólica la deteriora aún más. La repetición reiterada de las sentencias discursivas que, en campaña, provocaban la adhesión entusiasta de sus miles de seguidores, terminan por desgastarse y sólo llegan a los oídos de sus incondicionales. La trivialización de lo simbólico nulifica su fuerza intelectual y espiritual. 

Pero además es la evidencia de la incapacidad de incorporar nuevos temas al debate, como, por ejemplo, la utilidad de los viajes presidenciales, habida cuenta de los gastos onerosos que representan frente a los magros resultados que se obtienen, cuando se obtienen. Más que la satanización de los personajes que no encajan en su particular versión de la historia, resulta urgente una definición y participación activa a tono con los requerimientos de un mundo globalizado. El mundo exterior no se agota en Washington. 

Exabrupto. Lamentable y retrógrado el rechazo de la SCJN a la despenalización del aborto. 

Twitter: @fracegon

jl/I