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Sexo y violencia

El psicólogo Paul Watzlawick describe en uno de sus libros un problema de comunicación muy interesante entre hombres y mujeres. Durante la Segunda Guerra Mundial, los soldados estadounidenses estacionados en la Gran Bretaña se quejaban de la conducta sexual de las mujeres británicas; lo curioso es que ellas se quejaban de exactamente lo mismo: el otro era demasiado agresivo.

Ante lo sorprendente de la situación, los investigadores se pusieron a observar los patrones de seducción de ambas partes y encontraron que tanto hombres como mujeres tenían un ritual de varios pasos que iniciaba con el contacto visual y terminaba con el sexo. Lo interesante del caso es que los pasos (supongamos que fueran 15) tenían diferentes secuencias. En la cultura americana, un beso se presenta en una etapa relativamente temprana (digamos que es el paso 5), mientras que en la cultura inglesa el beso se presenta relativamente tarde (quizá en la etapa 12); así, cuando un soldado americano le solicitaba o le daba un beso a una mujer, para ella significaba que la relación estaba avanzando muy rápidamente, por lo que tenía la opción de retirarse o asumir que lo siguiente era ir a la cama; por el contrario, para un soldado un beso era parte inicial del cortejo, por lo que si una mujer se mostraba dispuesta al sexo poco después de besarla, generaba desconcierto entre los hombres. Básicamente era un problema de expectativas.

Hace algún tiempo le pregunté a mis alumnos en clase de semiótica cómo identificaban cuando alguien del sexo opuesto estaba interesado(a) en ellos(as) y, por el otro lado, cómo hacían para indicarle a otra persona que ellos estaban interesados; el resultado fue bastante interesante, ya que fuera de algunas obviedades (como regalar flores), las estrategias que usaban las damas para llamar la atención no eran las que los hombres reconocían, y viceversa. Dicho de otro modo, ambos estaban lanzando las señales equivocadas y ambos se sentían frustrados con el otro.

El ejercicio no pretende ser un estudio serio ni se pueden sacar demasiadas conclusiones de éste, pero sí genera una serie de preguntas al respecto de cómo es que las personas se relacionan con otras de manera afectiva y cómo es que podemos caer en malentendidos que pueden causar mayores problemas. Estamos atravesando por un cambio en la forma de relaciones entre las personas (como el abandono del sistema binario de identificación sexual), y también el hecho de que los patrones culturales se están modificando en función del mayor contacto con otras culturas hace más complicado que las personas puedan encontrar una base en las estructuras de conducta que funcionaron para sus abuelos y sus padres.

Añadido a lo anterior, hay muchos mitos y tabús que siguen permeando en la sociedad y que tampoco abonan a la situación: aún persiste el rechazo a las parejas de diferentes orígenes étnicos, sociales y de edad (por ejemplo, es muy mal visto que una mujer de 40 años tenga una relación con un hombre 15 años menor), y esto hace que cada vez haya un mayor número de personas insatisfechas que no pueden encontrar o desarrollar una relación de pareja satisfactoria.

El doctor Christopher Ryan menciona que posiblemente haya un vínculo entre la falta de relaciones interpersonales sanas y la violencia; en un ensayo apunta que entre los chimpancés es evidente la agresividad de los machos frustrados sexualmente, mientras que entre los bonobos casi no hay agresiones como resultado de una sociedad sexualmente más libre. Ryan termina citando un estudio de 1975: las culturas que son más permisivas en los temas del placer sensorial son menos violentas.

Seguramente habrá que hacer más investigaciones, pero es probable que, como sociedad, quizá deberíamos cambiar en tres aspectos: educar mejor en lo emocional y en lo sexual, y disminuir la represión asociada a la sexualidad; quizá esto nos ayude a solucionar en parte el gran nivel de violencia social que vivimos.

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da/i