INICIO > OPINION
A-  | A  | A+

Que 50 años no son nada

Esta semana fui testigo de un hecho que para mí y para muchas generaciones de diseñadores es relevante: acudí al cierre de semestre de Felipe Covarrubias, con el que acumula más de 50 años dedicados a la docencia. Conocí a Felipe Covarrubias hace más de 20 años por razones del más puro azar; en ese entonces, yo estaba tratando de salir con una chica que estudiaba la carrera de Diseño, y me comentó que estaría en una conferencia que se daba de bienvenida al inicio del semestre. Yo, por supuesto, ni idea tenía de lo que trataría la plática, pero ella era una buena razón para asistir.

Ya dentro, me sorprendí muchísimo: la plática estaba a cargo de Felipe, quien además de dar los avisos administrativos pertinentes, comenzó a describir el oficio (Felipe dice que el diseño no es cuestión de profesar) con profundo cariño y, sobre todo, con pasión. En retrospectiva, estoy convencido de que ese día tuvo mucho que ver con mi decisión, un par de años después, de entrar a estudiar Diseño. (Y para los que se pregunten qué pasó con la chica, puedo decir que ella encontró el amor… en los brazos de alguien más).

Felipe era el director de la carrera cuando yo ingresé a la misma. El tercer director de una joven carrera que apenas estaba cumpliendo en ese entonces cinco años de existencia. Desde el primer semestre fui testigo (lo que corroboraba mi impresión desde aquella plática) del ímpetu de Felipe por impulsar el diseño: había continuamente concursos de diseño en los que la gran mayoría de la escuela participaba, y las repentinas eran épicas (tanto que un jefe de Servicios Generales llegó a prohibirlas), en clara alusión a las celebraciones que se hacían en la escuela de la Bauhaus alemana; a decir del gran diseñador italiano, Gianni Bortolotti, la escuela se respiraba viva.

En ese primer semestre tuve la fortuna de acudir a la sexta Bienal del Cartel en el Teatro Degollado, coorganizada por la UAM, Trama Visual y el ITESO. Este evento marcaría la tónica de un esfuerzo constante de Felipe: acercar a los estudiantes a los grandes maestros del diseño, invitándolos a dar conferencias y talleres a nuestra universidad. Gracias a Felipe, conocí a personajes de la talla del ya mencionado Bortolotti, así como René Azcuy, Antonio Pérez Ñico, ¡Vicente Rojo!, Germán Montalvo, Iván Chermayeff, Félix Beltrán, Niklaus Troxler, Andrew Lewis, Istvan Orosz, Alejandro Magallanes, Kari Piippo, Lex Drewinski, Xiao Yong, Luba Lukova, Alain Le Querneq, Ronald Shakespear, y muchísimos más. Es también gracias al trabajo de Felipe y a su incansable grupo de “Garcías”, el que las Jornadas Internacionales de Diseño en ITESO hayan sido un referente mundial. Yo en lo particular, le agradezco mucho la oportunidad de haber conocido (y en algunos casos, llegado a entablar amistad) a tantos diseñadores que nos mostraban los alcances del diseño y que éste debía servir para mejorar la vida de todos.

Es difícil hacer justicia a la trayectoria de Felipe, no sólo como maestro sino como diseñador, editor de libros, galerista, promotor del diseño, conferencista, fotógrafo y viajero constante. Felipe además es un optimista irredento, como lo demuestra su afición por el Atlas. Ha sido merecedor de diversas distinciones tanto dentro como fuera del país, como la medalla José Guadalupe Posadas, el máximo galardón al que puede aspirar un diseñador; y utilizo precisamente la palabra “merecedor” porque pocas personas como él tienen esa pasión por lo que hacen y esa capacidad para transmitirla a quienes estamos cerca. Es indudable que Felipe es una de mis más grandes influencias; cuando crezca, quiero ser como él.

Por esto, me parece que es preciso hacer un pequeño homenaje (en vida, hermano, en vida) a uno de los maestros más importantes que he tenido. Muchas gracias, Felipe, y que sigas diseñando hasta que la prótesis aguante o el infarto nos sorprenda.

[email protected]

da/i