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Han pasado 54 años desde el Festival de Avándaro, el Woodstock mexicano, considerado “el último acto de rebeldía de la juventud” encendido por el rock setentero que hoy vive en la memoria fotográfica de la mexicana Graciela Iturbide y el falso documental Autos, mota y rocanrol del director José Manuel Cravioto.
Entre mitos, materiales perdidos y cientos de fotografías -muchas de ellas de Iturbide (1942), considerada la mejor de su época-, el cineasta, de la mano del productor mexicano Javier Nuño, cuenta que buscó relatar el lado B del festival de contracultura más importante en la historia de México.
Para el realizador, esta fiesta, bautizada originalmente como Rock y Ruedas de Avándaro, una localidad en el Estado de México representó “el último gran acto de rebeldía de la juventud” de los 70, conformada ese 11 y 12 de septiembre por 300 mil jóvenes aún marcados por la herida reciente de la matanza estudiantil de Tlatelolco en 1968 y la masacre de Corpus Christi en 1971, conocida como El Halconazo.
“A mí me gusta el lado B, los contrastes; se me hace más divertido buscarle, rascarle y no hacer lo que todo el mundo hace de adaptar best sellers”, relata Cravioto, quien con este filme expone una de las historias menos conocidas de Avándaro: la de sus organizadores, el expresidente de la Federación Mexicana de Futbol, Justino Compeán, y Eduardo El Negro López Negrete.
Al encontrarse un día con Compeán –quien había presentado un libro con las imágenes de Iturbide– comprendió que el origen del festival, calificado como un “degenere” de drogas y sexo por el gobierno del expresidente Luis Echeverría (1970-1976) y los medios de corte más conservador, estaba en el intento de dos amigos fresas de hacer un evento sobre carreras de autos deportivos.
“El origen de este festival se trataba una vez más de los contrastes de México, que son los temas que a mí me encantan”, subraya el también realizador de Diablero y miembro del equipo de dirección de la temporada dos de Berlín, la serie derivada de La casa de papel.
Autos, mota y rocanrol fue filmada en 16 milímetros y con cámaras Super 8, y cuenta con las actuaciones protagonistas de Emiliano Zurita (Justino) y Alejandro Speitzer (Eduardo), quienes, en una mezcla de realidad y ficción, interpretan con humor a los organizadores de esta fiesta en Avándaro, un asentamiento turístico del estado de México rodeado por residencias de lujo.
Como si no hubieran pasado 54 años, Cravioto (1981) sostiene que en México “se le sigue echando la culpa a la música” por los males del país, como sucedió en los setenta con Echeverría que silenció el rock, solo que ahora es con los corridos tumbados, refiriéndose a la postura del Gobierno de México que los definió como un género de apología a la violencia.
jl/I