Hay una enfermedad en el ambiente. Mientras las grandes mentes del mundo sostienen diálogos brillantes ante auditorios abarrotados, los panelistas hablan frente a un público enfermo. No es metáfora: es diagnóstico. Como si fuésemos autómatas, la mayoría no escucha, no sigue, no hila tres ideas consecutivas. La escena es inquietante: los conferencistas intentan abrir espacios para el pensamiento y, frente a ellos, cientos de asistentes con la cabeza inclinada hacia la pantalla, prisioneros del brillo azul y del ‘scroll’ infinito.
Ayer mi amiga Laura me enseñó a medir el tiempo real que le dedico al celular. El resultado es casi clínico: siete horas diarias. Siete. Para trabajar, distraerme, “informarme”, jugar, buscar noticias y, sobre todo, desplazar el pulgar hacia arriba sin pausa. No soy el único. Los estudios más recientes de DataReportal y el Pew Research Center registran que, en América Latina, el promedio supera las seis horas al día de uso de Internet en el móvil. La infoxicación ya no es un término académico aislado: es un modo de vida.
Aunque el diccionario en español todavía no la reconoce, el fenómeno existe y tiene consecuencias. La sobrecarga informativa, también llamada infobesidad o síndrome de sobrecarga informativa, aparece cuando la cantidad de estímulos supera nuestra capacidad cognitiva limitada. Esto genera ansiedad, disminución de la atención y un estado de alerta permanente. Según el psicólogo David Lewis, quien acuñó el término, la infoxicación “produce una parálisis del análisis”: tenemos tanta información que somos incapaces de comprenderla, priorizarla o actuar racionalmente.
Lo escribí hace meses aquí mismo. Jonathan Haidt, en ‘La generación ansiosa’, ya lanzó la alerta: debemos retirar los teléfonos de las aulas no como un acto nostálgico, sino como una medida de salud pública. La vida digital sin descanso está deteriorando la capacidad de concentración, el pensamiento crítico y la interacción social básica, sobre todo en jóvenes.
Estos días en la FIL, la intoxicación se siente como un virus que recorre los pasillos. Uno ve tantas personas buscando enchufes para cargar la ‘powerbank’ que abruma la gente sentada en el piso pegada a la electricidad. La necesidad de estar conectados, de no perder ni un segundo del flujo digital, se volvió un imperativo. Mientras pensadoras como Rita Segato o el galardonado Amin Maalouf intentan seducir con argumentos complejos a una generación ansiosa, el algoritmo sigue ganando la batalla de la atención.
A esto hay que añadir la irrupción de la inteligencia artificial en la producción audiovisual: ahora circulan videos hiperrealistas, noticias generadas por ‘bots’, ‘deepfakes’ y narradores sintéticos capaces de producir información falsa con apariencia de verdad. Las plataformas no verifican, los usuarios tampoco. La frontera entre lo cierto y lo fabricado se desdibuja. ¿Qué debemos hacer desde las universidades?
Y, por supuesto, hay quienes capitalizan esta enfermedad: empresas que monetizan cada segundo de atención y clases políticas que descubrieron que la emoción vence al argumento.
Por eso urge debatir hasta dónde llegaremos y cómo construiremos defensas colectivas contra esta epidemia informativa. Ese será el tema de la edición número 50 de TVMorfosis, que reunirá a algunas de las mentes más brillantes del ecosistema audiovisual iberoamericano para pensar alternativas y, ojalá, diseñar antídotos frente a esta extraña enfermedad llamada infoxicación. Nos vemos el jueves y viernes en la FIL.
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