De todas las urgencias que atraviesan al planeta, la crisis ambiental es de las más apremiantes, y paradójicamente, de las que menos atención política merecen. La reciente COP30 concluyó con acuerdos mínimos, como si el diagnóstico científico fuera que estamos “requetebién”.
Los gobiernos y los magnates siguen sin tocar los combustibles fósiles. Y aunque el 1 por ciento más rico del mundo genera casi una quinta parte de las emisiones globales, siguen secándose las lágrimas con billetes mientras el planeta se calienta. Los más pobres son también los más afectados.
En México sobran ejemplos de cómo el calentamiento global ya es palpable. El huracán ‘Otis’ azotó la costa de Guerrero en octubre de 2023 con vientos de más de 270 km/h, dejó miles de viviendas destruidas, provocó una erosión costera de 70 metros y se ha convertido en el ciclón más costoso de la historia de México.
Aunque se criticó la respuesta, lo cierto es que estos fenómenos son cada vez más graves y menos predecibles, pues la velocidad con la que se transforman es vertiginosa.
El fenómeno del sargazo se ha vuelto otro enemigo silencioso. Desde 2014 las costas del Caribe mexicano sufren la llegada masiva de estas algas que oxidan playas, matan flora y fauna costera y frenan el turismo. La ciencia, la tecnología y, sobre todo, el capitalismo, han querido aprovechar este problema para sacar ventajas. Pero es como esconder la tierra debajo de la alfombra.
En la península de Yucatán el proyecto del Tren Maya se ha convertido en otro símbolo de la tensión entre desarrollo y naturaleza. La megaconstrucción atraviesa selvas, cenotes y sistemas geológicos. Una obra acusada de deforestación y que se construyó sin los permisos ambientales correspondientes.
Uno más, y para mí, uno de los más graves: El Bosque, la primera comunidad de desplazados ambientales de México que, en los últimos dos años, pudieron documentar cómo el agua del Caribe se fue tragando, poco a poco, sus casas, escuelas e iglesias.
En ciudades como Guadalajara, sentimos el cambio climático con temperaturas que superan 40°C, lluvias cada vez más violentas y muertes asociadas al temporal. Este año se contabilizaron 17 decesos.
Mientras, en comunidades como San Gabriel, aún se buscan desaparecidos tras un alud de lodo provocado por bosques quemados para cultivos de aguacate. Vaya a escuchar el podcast ‘El día que no llovió’ de Cristian Pinto y Micro Hernández, es una crónica dolorosa.
¿Se puede hacer algo frente a este sistema? El próximo martes 2 de diciembre en la FIL Guadalajara se presentará ‘El libro de la esperanza’, de Pablo Montaño. Un llamado de acción para articularnos frente al capitalismo voraz. Un libro que no te deja indiferente y que crítica las visiones individuales que nos gritan: sálvese quien pueda.
Porque quizá la política internacional y su COP30 fracasó. Pero si algo me deja ese libro es que la esperanza no es una nostalgia ni una espera pasiva. La esperanza debe funcionar como una palanca política. Que esa esperanza aflore y se convierta en resistencia, en participación, en articulación y en construcción colectiva. Ojalá florezca.
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