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La elección que no vio a los jóvenes

No han sido pocas las discusiones que he escuchado –y otras tantas en las que he participado– donde se concluye que la elección del domingo pasado fue un despilfarro, porque en principio, la justicia no debería someterse a un concurso de popularidad. Sin embargo, uno de los argumentos que sostengo sobre las bondades de este proceso histórico es que, tras 25 años de elecciones confiables en México, hoy tuvimos la oportunidad de voltear a ver a un poder que siempre se ha comportado con opacidad en sus decisiones y en los nombramientos.

Durante lustros, los jueces fueron elegidos por acuerdos políticos en lo oscuro. Los partidos se repartieron ese pastel sin disimulo. El poder más opaco de los tres que tenemos.

Y no es que ahora la justicia funcione mejor, ni que esta elección nos garantice que llegarán los más preparados. El mecanismo de votación fue complicado, revoltoso y, en el mejor de los casos, confuso. Personalmente, no llevé acordeón y terminé eligiendo a quienes conocía. También anulé boletas completas y, en la destinada a ministros, me negué a validar el ascenso de quienes han demostrado que la trampa es parte de su vida. Punto para el periodismo.

Lo más triste del domingo fue la bajísima participación. Aunque aún faltan los cómputos finales, en Jalisco la asistencia no supera 10 por ciento, bastante menos que el promedio nacional.

En mi casilla, ubicada en el sur de la ciudad, fuimos pocos los que acudimos. Ninguno era menor de 35 años. Puntuales y pacientes, los adultos mayores asistieron a votar. Muchos se sentaron a escuchar cómo marcar los números y colores en una larguísima lista de aspirantes, repartida en seis boletas de distintos tamaños.

Otro foco rojo que dejó esta elección es que no enganchó a los jóvenes, quienes deberían ser protagonistas en imaginar un futuro distinto para el país. Su ausencia evidencia que debemos politizarlos más, desde todos los espacios posibles: escuelas, comunidades, medios, redes sociales. No se trata de adoctrinarlos, sino de formarlos en una cultura de participación crítica, capaz de construir ciudadanía desde temprano.

Esta elección no cumplió ninguna expectativa. Ni los agoreros del caos vieron filas de acarreados de los programas del Bienestar, ni los aplaudidores del oficialismo pudieron cantar victoria con esta participación pírrica.

Ambos bandos –y todos los que miramos con recelo este proceso– debemos sentarnos a discutir el futuro de un proyecto mucho más grande que una elección ocasional: necesitamos construir un nuevo modelo de justicia que funcione de verdad. Uno que garantice su independencia y se aleje, cada vez más, de la cooptación política.

Si algo dejó claro esta jornada es que el descrédito y el desinterés por el Poder Judicial son profundos. La elección no los resolvió; apenas los expuso. Y ese, quizá, sea su mayor valor: poner sobre la mesa que la justicia mexicana sigue siendo una tarea pendiente.

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jl/I