INICIO > OPINION
A-  | A  | A+

Nacionalismo y economía

Durante el festejo por las fiestas de Independencia durante las últimas semanas, el país vivió el renacimiento de un fervor patrio que venía decayendo. Entre los “vivas” que pronunció AMLO se encontró el de “viva la soberanía nacional”, lo que implicaría que México, como país, fuese libre para tomar sus propias decisiones.

Más allá de que ningún país puede ser totalmente libre de tomar sus decisiones económicas, dada la interdependencia mundial en la obtención, uso y aprovechamiento de los recursos, el concepto político de soberanía nacional se enfrenta al económico liberal de soberanía del consumidor. En la lógica de soberanía nacional podríamos, como país, definir cómo utilizar nuestro petróleo, bosques, mares, territorio, etcétera, lo que implicaría plantearnos como principio la preminencia del interés público sobre el privado. Por el contrario, la soberanía del consumidor presupone la libertad individual sobre la colectiva: me conviene más consumir bueno y barato que malo y caro… poco importa si los productos vienen de mi país o de otro, lo que importa soy yo.

Desde los años 80 hasta la década pasada predominó el discurso económico basado en la eficiencia y las decisiones individuales, lo que favoreció los procesos de internacionalización económica, la globalización de los mercados de capitales, el control financiero dominado por las principales monedas (principalmente del dólar, pero también del euro, el yen y de manera emergente el yuan) y los grandes bloques económicos. Sin embargo, el mercado de trabajo se cerraba cada vez más en el plano internacional. Los capitales bursátiles circulan automáticamente por todo el mundo, pero a los seres humanos se les cierran cada vez más las fronteras.

La crisis de 2008 marcó un hito en la liberalización, pues mostró de forma contundente la concentración de los beneficios de la liberalización en unas cuantas empresas y personas a costa del resto de las sociedades. Aun al interior de los países ricos se ha polarizado la riqueza y se ha intensificado el empobrecimiento de porciones crecientes de la población.

Frente a la polarización en los países ricos se ha multiplicado el discurso que atribuye el empobrecimiento a los otros, a los inmigrantes de los países pobres que les quitan el trabajo a los nativos de los países ricos. El desprecio y el odio al extranjero permiten eludir el problema de la inequidad interna y la responsabilidad de los grandes corporativos y multimillonarios. De este modo se multiplican los votos en favor de los partidos ultranacionalistas y xenófobos.

Los nacionalismos latinoamericanos han sido históricamente otra cosa: no se trata de considerarnos mejores que otros, sino de sentirnos orgullosos de lo que somos, sin que ello signifique que los demás no deban sentirse igualmente orgullosos de sí mismos. Es imprescindible que los nacionalismos latinoamericanos favorezcan políticas que permitan la equidad entre nosotros, el reconocimiento a nuestra identidad nacional y multinacional, y la solidaridad con los ciudadanos que las naciones que al igual que nosotros sufren de la polarización social, la violencia, el despojo y la discriminación.

Si el nacionalismo nos lleva a la cooperación, la solidaridad y la solución de problemas esenciales en lo económico, lo social y lo ambiental, entonces, bienvenido. En cambio, rechacemos el nacionalismo que culpabiliza a los inmigrantes de nuestros problemas o nuestros riesgos a futuro.

[email protected]

JJ/I