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Sociedades vigiladas II

La vigilancia se convirtió en la columna vertebral de nuestra sociedades. Los ciudadanos de las sociedades modernas no escapan de la vigilancia permanente de los aparatos de control del estado o de los aparatos mercadotécnicos de las grandes empresas, ni de la vigilancia sutil, distraída de sus propios vecinos.

A diferencia de la vigilancia pesada, acechante, visible, practicada durante muchos años por los países totalitarios y por la mayoría de las llamadas democracias occidentales con el pretexto del “peligro comunista”, la vigilancia contemporánea es sutil, discreta a pesar de su presencia en todas las actividades de la vida cotidiana.

En otras palabras, los ciudadanos libres de todas las sociedades contemporáneas somos vigilados de forma permanente, sin que pensemos que nuestra libertad está siendo coartada. Esa es la gran diferencia, el triunfo del control sobre los ciudadanos, de sus preferencias políticas y de sus gustos de consumo, con la complacencia y colaboración absoluta de los mismos ciudadanos, que, paradójicamente, nos seguimos sintiendo libres.

La época del “Gran Hermano” terminó. Todos nos convertimos en nuestros propios espías. La época del algoritmo, de los grandes avances tecnológicos sobre la voluntad individual, llegó para quedarse.

Para Zigmund Bauman el problema es de ética y de responsabilidad. “Hans Jonas, uno de los filósofos más grandes del siglo xx, fue seguramente el primero en llamar nuestra atención, y con una crudeza que no dejaba lugar para la imaginación, sobre las horribles consecuencias de la victoria contemporánea de la tecnología sobre la ética”, escribe Bauman en su libro “Vigilancia Líquida”.

Hacemos las cosas porque existe la tecnología para hacerlas sin pensar en la responsabilidad que ese uso conlleva. Nuestros datos, nuestra vida privada, familiar y social está en todo el ciberespacio a disposición de quien tenga la tecnología para acceder a ellos, no porque nos hubieran sido arrebatados por un gran poder externo, sino porque nosotros mismos “decidimos” que ahí estuvieran.

La teledirección y la automatización, dice Bauman, “es la progresiva y quizá imparable liberación de nuestras acciones de sus limitaciones morales”.

EH