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Nos vigilan

En días recientes, hemos atestiguado las potencialidades de la tecnología en una emergencia mundial sin precedentes: tenemos el poder de monitorear el comportamiento de las personas para saber si son sospechosas de portar el virus y también para conocer sus desplazamientos por las ciudades.

Google y Apple, que controlan prácticamente la totalidad de los sistemas operativos de los celulares en el mundo, están trabajando en un sistema de monitoreo voluntario para sospechosos y casos confirmados de Covid-19, el cual supuestamente tendría diferentes candados de privacidad para evitar que se convierta en una pesadilla orwelliana.

Pero la historia reciente nos dice que hay que ver más allá de los magníficos servicios que la big tech nos proporciona. No es difícil imaginar cómo toda esa información que puede ser nuestra aliada en crisis o simplemente nos acerca mejores productos y soluciones, se vuelque en nuestra contra y comiencen los problemas.

Uno de los grandes miedos es que el legado de esta pandemia, entre muchas otras cosas, nos deje acostumbrados a prácticas incisivas de cibervigilancia normalizadas en estados con una larga historia de controlar y restringir los derechos humanos, como China o Singapur.

A cualquiera que valore la libertad de la que goza actualmente debe preocuparle el hecho de que nuestros celulares actúen como perfectos brazaletes electrónicos de arresto domiciliario.

Resulta por demás perturbador saber que este tipo de compañías faciliten nuestra información al gobierno mexicano, pero más allá de ese escenario, habría que considerar la posibilidad de que esta información se siga usando para lo que actualmente se usa, aquello que la académica Shoshana Zuboff desvela como una nueva lógica económica: el capitalismo de vigilancia.

En palabras muy llanas, Zuboff argumenta que, tras el descubrimiento de una mina en bruto, muchas empresas de la tecnología han concentrado su modelo de negocios en conquistar, datificar y explotar la atención humana.

“Toda esta vigilancia está orientada hacia una sola meta: predecir el comportamiento humano. Estas predicciones son vendidas después en un nuevo mercado, en el que las empresas tienen un interés en apostar sobre nuestro futuro”, según explica en una charla que tuvo en la organización Data & Society el año pasado.

Primero fue la big tech, pero ahora los grandes jugadores financieros o de las industrias maquiladoras persiguen el mismo negocio: nuestros datos, y para ello, nos vigilan.

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jl/I