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Jueces nuevos renunciando
Porque nos la quitaron
En su libro Capitalismo, socialismo y democracia, Joseph Schumpeter introdujo la idea de democracia competitiva (o adversativa), cuya esencia es que un partido prevalece sobre los demás para hacerse del poder político. El economista hacía referencia a la lucha del poder en un sistema de gobierno parlamentario, donde el primer ministro depende de su eficiencia como jefe de gobierno y de la confianza del parlamento para permanecer en el cargo.
En un sistema presidencial, donde el primer mandatario es elegido por voto popular para ser a la vez jefe de Gobierno y de Estado, la competencia política tiene modos diferentes, pero no tanto. Schumpeter establece cinco condiciones que los políticos deben cumplir una vez en el poder para que la democracia prospere. Primero, enfatiza la calidad de los políticos (no es suficiente “los de carácter moral adecuado”); la eficacia y eficiencia de las decisiones políticas; disposición de una burocracia con un “fuerte sentido del deber”; una “autodisciplina democrática”, con un “nivel intelectual y moral” elevado; por último, asegura que la democracia competitiva exige de los líderes “un alto grado de tolerancia para las diferencias de opinión”.
El presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) ha utilizado las conferencias mañaneras para autoelogiarse (“soy el segundo mejor presidente del mundo”, “México cuenta con el mejor gobierno para enfrentar crisis”); lamentarse (“soy el presidente más atacado de la historia”); emitir mensajes contradictorios en la pandemia (“no dejen de salir. Vamos a seguir haciendo la vida normal”, “como anillo al dedo”, “vamos bien porque se ha logrado domar la pandemia”, no usa cubrebocas) y para insultar a sus “adversarios” utilizando toda clase de epítetos (“retrógradas”, “reaccionarios”, “conservadores”, “fifís”, “fantoches”, “sabelotodos”), la lista es enorme, digna de un versado lexicógrafo.
Si bien su blanco preferido ha sido el ex presidente Calderón (“comandante Borolas”); la prensa, los periodistas y los intelectuales han sido también el centro de sus ataques (muy similar a su homólogo Trump). A diario da muestras de su intolerancia hacia la crítica adversa y, con todo el aparato estatal a su disposición, utiliza el púlpito mañanero para desacreditar a sus “adversarios” y atacar a la prensa. Pero eso no es nuevo. Siendo candidato llamó a Carmen Aristegui “mirona profesional”; a Pepe Cárdenas, “calumniador”; después, a Jesús Silva-Herzog, “articulista de la mafia del poder”; a Proceso, “paladines de la objetividad”, y claro, su favorito ha sido el diario Reforma (“boletín del conservadurismo”).
En los últimos días, al menos tres medios han sido blanco de sus críticas e insultos: el diario El Financiero y las revistas Letras Libres y Nexos. En el primer caso se divulgó un préstamo originalmente por 80 millones de dólares en 2014, aunque en la actualidad “la empresa se encuentra al corriente de sus pagos”; de la segunda, los llamó “intelectuales orgánicos” por vender “publicidad oficial” (que es pública y legal); y con Nexos, por imponer multa por casi un millón de pesos (e inhabilitación por dos años) por ganar una licitación por 74 mil pesos para una campaña oficial y por presentar “información falsa”.
Lo último fue la risa burlona por la negativa de dar a México Libre el registro como partido político. Con ello, AMLO demuestra no sólo carecer de las condiciones de “autodisciplina democrática”, también por usar su posición privilegiada para insultar y calumniar, lo que pude catalogarse como “abuso de poder” y, por lo tanto, corrupción.
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