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Gente que sobra

En México, miles de personas viven en la calle y muchas enfrentan además una discapacidad psicosocial: esquizofrenia, trastornos afectivos graves o secuelas de trauma. Son los invisibles de nuestras ciudades. Sobreviven sin hogar, sin atención médica y sin el reconocimiento mínimo de su dignidad. No están ahí por decisión propia, sino porque el sistema decidió no verlos.

Pese a que nuestro país ha firmado tratados internacionales, como la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, y ha reformado leyes para garantizar el acceso a la salud mental, la realidad es otra. El abandono institucional, la estigmatización y las políticas públicas fragmentadas han convertido a estas personas en “sobrantes” del sistema.

La reciente reforma a la Ley General de Salud (2022) prohíbe los internamientos psiquiátricos forzosos y ordena un modelo comunitario de atención. Sin embargo, cientos siguen encerrados sin su consentimiento o deambulan por las calles sin diagnóstico, ni tratamiento. Las ciudades, cada vez más “estéticas” y gentrificadas, prefieren retirarlos del espacio público antes que incluirlos en la comunidad.

Desde la filosofía latinoamericana de la liberación, pensadores como Enrique Dussel y Franz Hinkelammert denuncian que habitamos una lógica civilizatoria que descarta vidas humanas consideradas improductivas o prescindibles. En este marco, la calle se ha transformado en un manicomio a cielo abierto, un espacio de exclusión radical donde la vida se precariza al extremo.

La respuesta estatal, lejos de garantizar derechos fundamentales, se limita a un asistencialismo paliativo: albergues temporales, caridad institucionalizada, políticas fragmentadas. No existe un proyecto estructural que apueste por la inclusión digna, la restitución plena de derechos ni por una auténtica justicia social con enfoque de derechos humanos y perspectiva interseccional.

Mientras tanto, seguimos normalizando que personas con alucinaciones duerman entre basura, que familias enteras ignoren sus gritos o que la policía los violente con impunidad. A la locura se le castiga con indiferencia, y a la pobreza, con desprecio.

¿Hasta cuándo seguiremos mirando hacia otro lado?

Incluir a quienes viven con discapacidad psicosocial en situación de calle no es un acto de caridad: es una deuda histórica. Es un llamado ético para transformar las ciudades, los presupuestos, los discursos y las leyes para que nadie viva ni muera en la calle por haber tenido la mala suerte de enfermar y empobrecerse.

Porque el nivel de humanidad de una sociedad se mide por cómo trata a sus miembros más olvidados. Y hoy, México les está fallando.

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GR