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Esperando justicia
Están colados en todos lados
En la batalla por espacios alternativos que le abran las puertas a las expresiones alternativas, el cantautor tapatío Alberto Preciado camina por Guadalajara y recuerda los buenos tiempos, cuando la música se tomaba con gran responsabilidad hasta social, cuando había más árboles que gente y que coches.
Cuando su centro cultural La Peñita abrió en 1991, Guadalajara acababa de llegar al millón de habitantes. Hoy suma más de cinco, y la ciudad no es la misma, pero aún necesita a la canción más que nunca.
En su más reciente propuesta musical, Preciado no quiere perder eso de vista.
NTR. ¿Cómo fue su acercamiento a la música?
Alberto Preciado (AP). Comencé desde muy temprana edad, de niño mi mamá cantaba y mi hermano también era amante de la música, así que se dio de manera natural. A los 11 años entré a estudiar piano a la escuela de música de la Universidad de Guadalajara, pero pasé mi clase de piano y reprobé el resto de las clases porque estaba muy joven. Me aburría el resto, así que decidí irme. A los 13 años estudié guitarra con el maestro Guillermo Díaz Martín del Campo, un año, luego me aficioné a la música latinoamericana: en aquellos tiempos la radiodifusora del gobierno del estado tenía una sección bastante amplia, ahí grabé mucha de la música que me gustaba, me las aprendí de memoria, ya tenía mi repertorio.
NTR. ¿Cómo describiría esa sensación que le provoca la música?
AP. Ahora se puede razonar con más calma, pero entonces era algo natural: la música me hipnotizaba, me hechizaba, me abstraía de mi ambiente. Yo me acuerdo que en mi casa había un disco de El Cascanueces de Tchaikovsky que yo escuchaba y escuchaba sin fin, antes de entrar a la escuela de música. Recuerdo poner una y otra vez la aguja sobre el acetato y el placer de escuchar las piezas de nuevo, no hay palabras para describirlo, es una conmoción. Me conmueve la música, todo tipo. Mi familia viene de un pueblo llamado San José de los Guajes, en donde una gran parte del pueblo, durante generaciones, se dedica a la música. Yo creo que ya lo traía en los genes.
NTR. ¿Cómo fue su inmersión en el mundo profesional de la música y, luego, de la gestión cultural?
AP. Estudié la preparatoria y entré a la escuela de arquitectura, y con mi primer trabajo del oficio entré como socio a una peña, la primera de Guadalajara, La Peña Cuicacalli, en 1975. Ahí estuve 17 años. Era una especie de postura en la que nosotros enarbolamos a la música latinoamericana en contra a la moda de ese momento que era el rock, la música en inglés. Era como una resistencia, empezamos a apropiarnos de la música que venía del sur: yo empecé sin saber que me gustaba ese tipo de piezas cuando era un chico, porque movía fibras internas, pero después lo hicimos todo un grupo y de manera más consiente.
NTR. Era un momento necesario… de alguna manera ¿la música era una forma de estar en comunidad con sus congéneres?
AP. Era una época con una gran efervescencia política. Yo tenía un compañero de la Ciudad de México que vino a vivir acá por los problemas del 68, era una persona políticamente muy consciente que me contagió. Nos acercamos a ellos porque concordamos con las ideas, pensamos que algo tenía que hacerse para cambiar este mundo que no era tan justo, encontramos en la música y en la canción una forma de comunicarnos, de hablar de esto. Son cosas que te marcan.
NTR. ¿Cómo fueron esos años en La Peña Cuicacalli?
AP. Hasta principios de los 90 fue una época con muchas agrupaciones por toda la ciudad tocando en los escenarios importantes. Mucha fiesta, mucha conciencia, muchas propuestas diferentes entre sí. Pusimos luego La Peñita de 1993 a 1998, donde está ahora el Lola Lolita, en una zona que estaba comenzando a crecer a nivel cultural. Llevamos artistas muy importantes como Tania Libertad, Amaury Pérez, Fernando Delgadillo y una serie de grupos que formaron parte de esa historia tanto de Guadalajara como de otras ciudades.
NTR. ¿Qué pasó con ese capítulo? ¿Cuál es el que viene?
AP. La Peñita cerró en el 98, a partir de entonces decidí dedicarme a mis propios proyectos, me fui del país unos años y después regresé para integrar un grupo de música mexicana, El Borlote. Tengo mi repertorio como solista y seguimos organizando noches de peña, para revivir ese recuerdo. Quienes formamos el grupo teníamos varias influencias distintas unas a otras, unos vienen de la trova, yo vengo de la peña, pero todos somos amantes de la música y del escenario, así que decidimos tomar una nueva bandera, la de la música mexicana, pero no la del mariachi, sino una nueva forma de interpretarla, tomamos sobre todo raíces del son jarocho y del son jalisciense y vamos buscando componer canciones que les hablen a todos los que quieran escuchar, no sólo del recuerdo de aquellos buenos tiempos, sino de los tiempos que están por venir.
FV/I