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AMLO vs. “prensa fifí”: una contienda inevitable

A finales del siglo pasado, Dominique Wolton tuvo el acierto de definir a la comunicación política como el espacio que alberga el intercambio de los discursos contradictorios, entre los tres actores que tienen legitimidad para expresarse públicamente sobre los asuntos públicos: los políticos, los periodistas y la opinión pública. Con esta definición, el sociólogo francés desmontó el concepto que consideraba a la comunicación política como el discurso unidireccional de los representantes políticos hacia los ciudadanos, mediante el auxilio de los medios de comunicación, los cuales desempeñaban un papel de meros transmisores de la información. Por el contrario, Wolton propuso entender a la comunicación política como un proceso horizontal en el que intervienen los tres actores que lo conforman, en el cual confrontan sus discursos, emanados desde sus intereses específicos.

Desde esta perspectiva, hay dos cuestiones sobre el papel que desempeñan los medios y los periodistas en relación a los asuntos públicos que adquieren relevancia. La primera es que los periodistas no son una mera correa de transmisión de los acontecimientos políticos, sino que se desenvuelven como actores del proceso, con una función específica de acuerdo con sus intereses. La segunda es que su producto informativo de ninguna manera constituye “un reflejo de la realidad”, sino que es una versión de los acontecimientos en la que inciden sus características personales (emociones, nivel de conocimiento, ideología), con lo cual queda sepultado el mito de la “objetividad informativa” y la “neutralidad política”.

Si se toma en cuenta lo anterior, no deberían causar extrañeza las contradicciones que se suscitan entre los diferentes actores en el ejercicio de sus funciones. De hecho, es el disenso, nunca el consenso, el elemento central de la comunicación política. Aún más, solamente los acontecimientos que provocan conflicto o tensiones son los que se convierten en objeto del debate político. Las conferencias mañaneras representan un ejemplo paradigmático de esto. Por un lado, el discurso de AMLO que pretende impulsar su agenda de gobierno; por el otro, los periodistas interrogando, cuestionando, no solamente sobre lo expuesto por el gobierno, sino introduciendo cualquier tema de su interés particular o del medio al que representan. A diferencia del control estricto que los manuales recomiendan para las conferencias de prensa, el ejercicio matutino de López Obrador no se caracteriza por un formato rígido, sino que incluso podría calificarse de caótica a la dinámica que el presidente imprime, a lo que él mismo ha denominado como “diálogo circular”.

En su calidad de actores políticos, es decir, de actores que se pronuncian sobre asuntos públicos, los periodistas en lo individual y los medios como empresas de información participan en el proceso de la comunicación política en función a sus intereses políticos y económicos. Invariable e indefectiblemente sus posiciones se inscriben en un marco de pluralidad política y diversidad económica. Es desde la conjunción de estos ejes que se emiten sus pronunciamientos. Y en una sociedad democrática, este derecho está anclado en la libertad de opinión y de expresión.

Con base en lo antes expuesto se puede afirmar que las diferencias e incluso contradicciones discursivas entre los actores no solamente son su estado natural, sino que constituyen las bases de una gobernabilidad democrática. Y es el tipo de interacción que se aprecia entre el presidente y amplios sectores de los profesionales y empresas de la comunicación, a excepción de aquellos a los que ha denominado “prensa fifí” y a quienes otorga una condición de adversarios políticos. Segmento en que se ubica un nutrido sector de la comentocracia y, señaladamente, el diario Reforma. Su confrontación con AMLO no es reciente; data, por lo menos, desde que se desempeñaba como jefe de Gobierno del extinto Distrito Federal. Desde entonces se ha manifestado como férreo opositor a su proyecto de gobierno. Desde sus páginas y de sus empresas filiales ha desencadenado una crítica permanente a sus acciones y programas, al grado de que no pocos lo reconocen como la verdadera oposición.

Por eso, la confrontación de AMLO con la prensa “fifí” resulta inevitable. Son gajes de la democracia.

@fracegon

JJ/I