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Ser bárbaro

El otro siempre suele ser el enemigo. Aún antes de la creación del concepto y de la aceptación de la identidad como una forma de identificarnos o distanciarnos de los demás seres.

Imagino que al inicio fue la escasez de alimento y la reducción del territorio para quienes caminaban en busca de alimento, protección y abrigo. Había algo en el otro que lo hacía distinto y lo convertía en un peligro para la sobrevivencia de la tribu de iguales.

Fue tal vez un color diferente en la piel, o la expresión en el rostro, o el cabello, un tatuaje, un arete o el empleo del fuego. Algo marcaba la diferencia. Y la diferencia determinaba quién poseería el territorio y sus frutos. La fuerza terminaba por imponerse. Durante mucho tiempo, el derecho de la fuerza se impuso a la fuerza del derecho. Tal vez hasta nuestros días.

El lenguaje fue fundamental para dotar de racionalidad a las diferencias. Gracias a él, el otro se convirtió en el bárbaro, y su uso se extendió y volvió común desde la guerra contra los persas:

“Se oponía a otro término, y ambos permitían dividir la población mundial en dos partes diferentes: los griegos, es decir, “nosotros” y los bárbaros, es decir, “los otros”, los extranjeros. Para reconocer la pertinencia a uno u otro grupo, se basaban en el dominio de la lengua griega: los bárbaros eran entonces todos aquellos que no la entendía y no la hablaban, o la hablaban mal”, dice Tzvetan Todorov en su libro El miedo a los bárbaros.

Por lo que vivimos hoy en día, pareciera que no hay una gran diferencia con el mundo griego respecto a los bárbaros. Para los descendientes occidentales de los griegos, los bárbaros son los miles y miles de mujeres, hombres y niños extraños que llegan a las costas de Europa. Antes, esos bárbaros habitaban la tierra de donde los europeos extraían sus materias primas. Ahora llegan y exigen incorporarse como ciudadanos a una civilización que los rechaza.

Hacer de Europa una fortaleza o revivir el humanismo para entender y aceptar al “otro” será el escenario del quehacer político en el que se verá inmerso el mundo contemporáneo. Transformar sin guerras ni odios el binomio trágico de “ellos” o “nosotros” por un “ellos” y “nosotros” en plena armonía.

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JJ/I