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El campo silenciado

La actual literatura mexicana abandonó al campo. Sus paisajes, sus mujeres y sus hombres, su aparente monotonía, su historia inmóvil, perdieron atractivo, se volvieron innecesarios a la escritura contemporánea. En el campo mexicano ya no comienzan ni terminan historias. Si alguien se acuerda de su existencia es para disponer de ella como utilería, un telón de fondo, refugio lejano, escenografía móvil en la vida de los personajes citadinos.

El campo dejó de ser el lugar en donde los campesinos se convierten en revolucionarios mareados y defenestrados por el poder. Tampoco transitan por él esos hombres de a caballo que cruzan casi en silencio las tierras semiáridas que les han dado. Las asambleas de campesinos en donde se juzgaba la vida o la muerte de un hombre, perdieron su atractivo. El llano en llamas se apagó, las tierras flacas, enjutas, enlutadas se encerraron tras su silencio. Las reuniones ejidales fueron exterminadas por el tedio.

Las historias de la ciudad y sus escenarios diversos, plurales, más ricos en dramas y alegrías, nutrieron de realidad y ficción a narradores y poetas. El campo se atrasó y huele a humedad, a rancio; se convirtió en folclor, casi un escollo para las necesidades de la modernidad, para la vitalidad y vigencia de las letras contemporáneas. Lo contemporáneo es silenciar al campo, ocultarlo.

Volver contemporánea a la literatura mexicana significó perder la “lengua de la tierra”, entregar parte de la identidad, cualquier cosa que ésta signifique, jugar en el desapego de la ciudad antes cosmopolita, ahora global.

Por el contrario, para ser vigente, la literatura israelita hundió sus raíces en la tierra. Será porque ahí la tierra siempre está en conflicto, porque hicieron depender de ella una buena parte de su identidad, las escritoras y los escritores israelitas mantienen viva su “lengua de tierra”.

Shai Agnon, Amos Oz, Dvora Barón, David Grossman, entre otros, exhiben orgullosos la aridez de la tierra en sus historias. Sin ella, sin ese polvo del desierto, su literatura, y tal vez su patria, no existiría.

En México en cambio, parece que es un triunfo mantener a la tierra silenciada para siempre, expulsada de nuestras letras.

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da/i