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Intolerancia: la última frontera 

Los mexicanos estamos bordeando la última frontera de la razón: la intolerancia. 

Alrededor de la figura de Andrés Manuel López Obrador existen dos bandos claramente identificados entre quienes no toleran ni la respiración del mesiánico morenista y quienes justifican, ensalzan y alaban hasta la más abyecta mirada del presidente. 

A medio camino se encuentra un grupo cada vez más disminuido de aquellos que no están dispuestos a dejarse secuestrar por la polarización. Enfocan sus baterías intelectuales en lo puntual y abandonan las generalizaciones. Son los que pueden elegir entre aceptar o rechazar sin temor y en libertad. 

La censura es la hija más avezada de la intolerancia. 

El Nobel sudafricano J. M. Coetzee es uno de los grandes pensadores de nuestro tiempo. En una entrevista para El País dijo que “no existe el progreso cuando se trata de la censura. Llevamos el impulso censor en lo más profundo de nosotros. Cuanto más cambian las cosas, más iguales permanecen”. 

La otra hija de la intolerancia es la que se expresa en la acción: la violenta. No sólo somos testigos de una guerra delincuencial (entre ellos y contra nosotros) sino la multiplicación de un espíritu cada vez más bélico ante quienes piensan distinto. 

El domingo pasado se vieron agresiones verbales (a punto de convertirse en físicas) contra periodistas que acompañaron a López Obrador en el Zócalo y también contra reporteros que cubrieron las protesta por las políticas (económicas y de seguridad) de Andrés Manuel en las calles aledañas al monumento de la Revolución de la Ciudad de México. Son ejemplos muy cercanos en el tiempo y en el espacio que sustentan nuestra ubicación cercana a la última frontera. 

Otro más: las discusiones en menos de 280 caracteres suelen evolucionar con sorprendente velocidad en peleas descarnadas. Ofensas y descalificaciones son la constante.  

El fanatismo es un germen que hoy goza de cabal salud en estas tierras. 

Y con esa... nos vamos ahora con la del estribo (que nunca es una porque esta columna acepta el volumen como divisa de cambio): 

“El fanatismo es la entronización de ese germen de egoísmo que llevamos dentro. Toma diversas caras, a veces puede ser racismo, a veces puede ser desprecio a la incapacidad de los pobres, a veces es ese sentido de tufo aristocrático. O al revés, el odio que hay abajo en la base, que a veces explota y es imponente. El fanatismo es un dilema de carácter intelectual que debemos de luchar permanentemente en la construcción de cultura, y de educación para poderlo dominar, porque el fanatismo es parte de nosotros mismos”. 

Don José Mujica, ex presidente de Uruguay, vuelve a ofrecer luz y sustento a ideas dignas de ser valoradas por tirios y troyanos. 

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“Es indudable que en estos primeros 12 meses hemos avanzado mucho, pero aún estamos en un proceso de transición. Todavía lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no termina de nacer”. 

Andrés Manuel López Obrador, centro de todas las disputas, gusta (como aquí) de dejar abiertas sus premisas para descarrilarnos con suma facilidad. 

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“Me temo muchísimo que el populismo que parece la ideología del actual presidente de México nos conduzca otra vez a la dictadura perfecta”. 

Un ciclado Mario Vargas Llosa aplica el argumento efectista de siempre. Ahora sin el resultado ni la exactitud de la era priísta de antaño. Y para atajar el dicho del novelista peruano, Beatriz Gutiérrez Müller espetó: “Veo mal a ciertos escritores que han ganado el premio Nobel, y lamento decirlo porque quiero mucho a los escritores. Me temo muchísimo que el fanatismo y el dogmatismo, que parece la ideología de algunos, nos conduzca otra vez al panfletario perfecto”. 

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