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Ejemplo y refundación 

Va para largo. La solución a los problemas en materia de seguridad no es inmediata ni puede serlo. Por ello es que los políticos a nivel local y nacional no tienen de otra que decir que están inconformes con los resultados y que avanzamos poco a poco. 

Más bien es un tema de fe. De fe en que la perseverancia en cierto tipo de políticas públicas dentro de varios años dará resultados favorables. No es que su fe sea completamente sincera, porque fundamentalmente responde a intereses partidistas e individuales de cara al próximo trienio y al próximo sexenio. Pero en cuanto a mercadotecnia política, ellos necesitan posicionar en la agenda pública la seguridad como un tema de largo plazo y maximizar los resultados estadísticos para afianzar una narrativa de arranque sólido. 

Por ahora, ya pasamos la etapa de echarle la culpa de todo a los predecesores y estamos en la etapa de “ahí la llevamos”. 

El problema es que no se le puede pedir a la gente que tenga fe ante una situación tan abrumadora como ésta, en que los crímenes son cada vez más violentos. Y no me refiero a los asesinatos, sino a los delitos comunes como los robos a negocios, a personas y a casas habitación en que ha dejado de predominar la modalidad sorpresiva de aprovechar el descuido o las circunstancias y ha tomado más relevancia el uso de armas o golpes para intimidar a las víctimas y someterlas. 

No sólo las estadísticas oficiales hablan de esa violencia, sino sobre todo las historias cotidianas de personas que han sufrido esos delitos y que se convierten en testigos de primera categoría. 

Así como la publicidad basada en las recomendaciones de un producto comercializado son más efectivas de boca en boca, también el miedo se reproduce y se transmite con más facilidad por ese medio. Se trata de un fenómeno contradictorio pues, a la vez que se normaliza la violencia y deja de verse como algo excepcional, deja de causar escándalo el asalto a la tienda de la esquina o en el transporte público, el homicidio cotidiano, también esa violencia modifica las conductas de las personas por el miedo que origina. 

Las encuestas de percepción nos cuentan cómo la gente deja de salir a la calle por miedo, cómo evitan andar solos, cómo los empresarios refuerzan su protección. Las charlas de sobremesa tocan el tema ya como uno habitual. ¿Qué nos espera? ¿Aguardar y tener fe ante la vorágine inevitable de crímenes y decadencia? Parte fundamental del cambio es convencerse de que es posible y para ello se requiere no sólo un cambio de vendedor de la idea, sino que se necesita un cambio de actitud que no hemos visto ni, sobre todo, sentido. 

La transformación tendría que ser tan notoria que las personas involucradas en todo el sistema mostraran una disposición completamente distinta en su servicio público y que el presupuesto reflejara indudablemente la preponderancia del tema. Pero no se ha visto así. 

Los liderazgos que podrían motivar toda una renovación social, indispensable para abatir la criminalidad, no existen. El presidente subió a su cargo en una insólita profesión de fe de gran parte del pueblo mexicano, pero ésta se ha diluido en gran medida en una polarización que resta, más que enriquecer el debate público. 

A nivel local, las figuras públicas causan más antipatía que esperanza. Los grandes liderazgos de la historia no siempre han basado su arrastre en una incuestionable calidad moral, es cierto. De hecho, esa situación ha sido algo excepcional. Pero no hay entre nosotros un personaje político que colme el vacío moral ni con su carisma ni con su ejemplo, que en nuestro caso sería un primer paso hacia esa refundación tan mentada. 

Twitter: @levario_j

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