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Sigilosa invasión de La Primavera

DIVERSIDAD. En Santa Ana Tepetitlán hay desde casas precarias y vertederos de llantas hasta una explanada de agave. (Foto: Jorge Alberto Mendoza)

Alejandro de Dios Martínez llegó a Brisas de La Primavera “como caidista (paracaidista)” hace 10 años. Alguien les dijo a él y sus vecinos que había terrenos disponibles, y lo mejor, en un bosque. Su estrategia al llegar fue poner una empalizada y no moverse porque había amenazas de desalojo.

De Dios Martínez es del estado de Puebla y llegó a Guadalajara en busca de trabajo. Surgió la oportunidad, que no dejó ir, de hacerse de un lote. Con el tiempo se negoció con un ejidatario de Santa Ana Tepetitlán de quien no dice el nombre. “Ahora ya estamos legales, se puede decir, porque tenemos varios años pagando mil pesos al mes por el lotecito; a cambio nos dejan un recibo y nos prometieron que una vez que terminemos, como en tres años, nos darán nuestro título”, explicó aliviado.

Alejandro es dueño de un changarro en la parte más cercana al bosque. Todavía coexiste con pinos y encinos que han sobrevivido al embate de la urbanización hormiga. Su casa está en un lote totalmente accidentado, pero sus innovaciones técnicas funcionan: llantas viejas apiladas sirven como escalinata para llegar a su cabaña, donde vende refrescos, caramelos, comida enlatada, pan y leche.

Su caso es parte de la silenciosa invasión de la ciudad socialmente más precarizada a La Primavera. El fenómeno se detonó con el amparo 413/2001-3 que las autoridades ejidales promovieron para no reconocer el decreto de protección de La Primavera. Lo ganaron en un juzgado de distrito el 19 de abril de 2007 y en un tribunal colegiado, en la revisión principal 465/2007, en junio de 2008, por lo cual la zona protegida desde 1980 perdió “hasta 640” hectáreas boscosas. En 2009, cuando se confirmó que esa área ya no era parte del polígono protegido, comenzó la lenta invasión al bosque.

En 1993, Santa Ana Tepetitlán tenía apenas 700 metros cuadrados (m2) de invasión y para 1999 sólo creció 400 m2 en el potrero llamado Las Lomas, pero el efecto del juicio ganado en primera instancia se advertía ya en 2008, cuando ya había 7.64 hectáreas transformadas.

Para 2011 ya eran 9.40 hectáreas invadidas y en 2015, 20. El último año en que el Organismo Público Descentralizado (OPD) Bosque La Primavera midió la extensión del fenómeno, es decir, 2020, ya eran 30 hectáreas las cambiadas de bosque a casas, calles de arena y eriales.

IGNORADOS DE TODOS

“Vivir aquí es muy tranquilo, nadie nos molesta, pero también estamos olvidados: jamás sube hasta acá un camión recolector de basura”, reconoció Alejandro. Por eso o se entierran los desechos o se avientan a la barranca o se queman, lo que provoca riesgos inevitables de que el fuego se propague. “Hace una semana subieron los bomberos, pero el fuego estaba del otro lado de esa barranca”, explicó para exculpar a su gente.

En donde vive tampoco sube la Policía, pero lo bueno es que los ladrones no molestan mucho. “Sí hay riesgo de que aprovechen que la gente se va a trabajar, pero los que nos quedamos con nuestra presencia ayudamos para que no se animen a robar”.

“Vea los cables de luz –sigue en el desahogo–, de a tiro nos la robamos por muchos metros y no es que uno no quiera pagar, es que no hay manera de tenerla si no es de ese modo”, justificó.

Los usos del suelo en la zona son diversos: a una casa precaria sigue otra mejor edificada, luego una explanada de agave, luego un vertedero de llantas y basura hacia la caída de una barranca. Arriba de la casa de Alejandro ya han metido maquinaria para hacer terraplenes. Se van los árboles y queda un terreno ajustado para alojar una construcción en el mejor de los casos; en otros, muchos lotes “comprados” son marcados con estacas, pero la erosión destruye la huella de la posesión.

Por eso hay que acudir a profesionales como Antonio Hernández, un maestro de obra que le hace una casa sólida y con cimientos profundos a su cuñado. A los lados parece que todo se desmorona y no es casualidad, pues la zona es una caldera volcánica dotada de suelos delgados y frágiles que ceden con facilidad cuando se les despoja de vegetación. El cambio de uso de suelo exhibe con facilidad esta fragilidad extrema: en los temporales más fuertes, los de la parte baja de la montaña, sobre todo si están asentados en los arroyos, van a padecer las consecuencias de este cambio hormiga.

Treinta hectáreas o 300 mil metros cuadrados parece mucho, pero apenas es una fracción del predio de Las Lomas, que fue extraído del régimen de protección hace 14 años de forma definitiva. Eso indica que si hubiera voluntad de negociación se podría rescatar la mayor parte; sin embargo, nadie ha hecho público con precisión el tamaño del predio. La sentencia judicial hablaba de “580 a 640 hectáreas”, pero el negocio nadie lo para, lamentó el campesino Benjamín Rivera Rodríguez, descendiente de los fundadores de la comunidad agraria que fue destrozada por la invasión urbana irregular.

“Esto trae apoyo de Zapopan y de muchos funcionarios que toda la vida han sacado negocio por permitirlo”, denunció de manera contundente. Luego se detuvo un momento a contemplar desde lo alto el impresionante fresco hacia el oriente y el sur de una metrópolis populosa y caótica en pleno mediodía: una nata de grises en la atmósfera, un Sol que cae a plomo, un calor ascendente y seco sobre miles de kilómetros cuadrados llenos de construcción, calles, algunos árboles y ruido, mucho ruido que alcanza a remontar hacia esta amenazada tierra silvestre.

La invasión creciente

  • 700 metros cuadrados era la superficie invadida hasta 1993 en Santa Ana Tepetitlán
  • 9.4 hectáreas se habían invadido ya en 2011
  • 20 hectáreas en 2015
  • 30 hectáreas en 2020

jl/I