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Arte/Producto

Llegó a Netflix la serie española 45 revoluciones, precedida de un rotundo fracaso en su emisión en la televisión abierta, a pesar de tener como protagonista a uno de los actores de la exitosa serie Merlí, Carlos Cuevas, quien interpreta a un incipiente rockstar que es descubierto por un cazatalentos (interpretado por Iván Marcos) que convence a un empresario apasionado de la música, para crear un subsello disquero y apoyar a bandas de rock. La apuesta es arriesgada en medida de la represión del régimen de Francisco Franco.

Básicamente es un melodrama que relata la historia de un idealista que se enamora de la soñadora, que quiere también cambiar al mundo y lucha por la igualdad de género. El relato goza de un ritmo y un derroche visual que mezcla el vértigo con la estética vintage, pero el guion se vuelve caótico al situar acciones e ideologías del siglo 21 ambientadas en los años 60. Que se versione a The Killers en una historia de esa época sólo es la punta del iceberg. El tratamiento del mundo discográfico español es apenas un atisbo, la visión es naïf, sosa, se reduce a la lucha entre el negocio y el arte sin entrar en la corrupción, las decisiones tomadas en un escritorio que afectan a los artistas, la lucha de egos, los contratos leoninos y otras bellezas.

Este viernes, tras 13 años de batallas legales por regalías y renegociación de contratos, finalmente salió el nuevo disco de Tool, Fear inoculum, un álbum con demasiados aspectos de profundidad, desde el arte de la portada y el empaque, la presencia del número siete de forma simbólica, la exploración sobre el equilibrio natural de la vida que se ha corrompido incluso a nivel celular hasta la creencia que debe haber algo divido o mágico que permita a la vida seguir. Además, Maynard James Keenan advierte en una letra que la banda viene de regreso. Compartieron sus discos en plataformas, liberaron sus videos en YouTube y lo que parece venir, es un nuevo modelo de negocio que han cocinado a fuego lento. Lo que busca la banda, a todas luces, es un legado digno, como el alcanzado por King Crimson (¿alguien entiende ya por qué Robert Fripp aceptó ser telonero de Tool en 2001?), que festejó 50 años con un show perfecto en técnica, pasión e idea de lo que significa el arte puesto al servicio de la música, que contrasta con la apuesta de una disquera que pone a una cantante a interpretar repertorio de música mexicana, con mariachi e invitados famosos para generar un producto que busca un nicho de mercado, ni apropiaciones culturales ni arte. Las disqueras sólo así entienden el negocio, con fórmulas que están por agotarse y como ejemplo tenemos la maravilla de proyectos encarnados por Billie Eilish y Rosalía (sí, otra vez) que sí van a trascender, porque el arte genuino y arrebatado, perdura, los productos, si bien les va, son echados a la basura o reciclados hasta que se desintegren físicamente para el universo.

@tuamigoFranco

da/i