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Jueces nuevos renunciando
Porque nos la quitaron
La comunidad judía en México se fundó a principios del siglo 20, cuando los primeros migrantes askenazí llegaron procedentes de territorios rusos, polacos y lituanos; se establecieron en uno de los barrio más populares de este país: La Merced, explicó la directora de La Sinagoga Histórica Justo Sierra, Mónika Ukiel.
Se establecieron en vecindades donde, además de vivir, también estudiaban; crearon talleres de sastres, vendían productos de casa en casa que cargan durante todo el día; abrieron tiendas de productos judíos como La Palestina, cocinaban, jugaban en cantinas, se juntaban para rezar y convivían con la vasta diversidad cultural que siempre ha tenido México, anotó.
Ukiel comenta que, a diferencia de lo que piensa la mayoría de la población, al ubicar la presencia judía sólo en zonas exclusivas de la Ciudad de México, como Polanco, Las Lomas, Reforma, Museo Nacional de Antropología o Bellas Artes, el origen de la comunidad judía en México es el barrio de La Merced.
“Aquí no llegaron con lujos; llegaron, como decimos en México, con una mano atrás y otra adelante; empezaron a ahorrar, a juntar dinero, porque salieron a la calle como vendedores ambulantes que llevan cargando sus productos, diversos y pesados, por las calles de la vieja ciudad para sobrevivir”, apuntó la directora.
La también autora del libro Sinagogas de México indicó en entrevista con Notimex que además del oficio de vendedores ambulantes, también empezaron a relacionarse con las dinámicas propias de la ciudad, como sus oficios, mercados, productos, escuelas y cantinas.
Antes de que abrieran la primer carnicería kosher de México, había personas que iban al mercado de La Merced, a la zona de animales vivos, los compraban, los mataban con la pulcritud y el procedimiento que implica en términos generales que el animal no sufra para poder ser denominada carne kosher, y lo vendían entre los miembros de la comunidad.
Ukiel indicó que después fundaron su primera carnicería, en la actual calle de Jesús María; también había mujeres de la comunidad que preparan comida de acuerdo a su tradición y algunos hombres jugaban dominó en una de las cantinas más viejas de la ciudad, La Potosina, en la esquina de Moneda y Jesús María.
(Reunión. La Sinagoga Histórica es uno de los edificios más antiguos de la capital del país; su construcción data de 1922. Foto: Cuartoscuro)
“Esa cantina no sólo tiene historia porque la visitaron personajes importantes de América Latina, como Fidel Castro o el recién homenajeado general Emiliano Zapata, en ella, por las tarde, algunos judíos después de un día complicado de trabajo decidían entrar no a beber alcohol, pero sí a jugar dominó con sus amigos”, apuntó.
Tras anotar que en la calle Jesús María 44 nació la escritora Margo Glantz, que recientemente cumplió años, Ukiel –quien algunos domingos también da visitas guiadas por esta zona– comentó que gracias a este convivio cultural, los judíos mandaban a su hijos a las escuelas públicas y usaron productos típicos de México, como la flor de jamaica, para sustituir un condimento que solo se conseguía en Polonia.
Después de todo este tiempo y maridaje cultural, expuso, es necesario que la sociedad “conozca que desde hace generaciones, los judíos ya somos mexicanos y formamos parte de un país que es un crisol, un encuentro de cultural que lejos de restar, dividir o excluir ha servido para enriquecer uno de los aspectos más importantes y ricos de México: su diversidad cultural”.
Respecto al linaje de esta comunidad en la actualidad en el país, Mónika enfatizó que hay una diversidad de creadores como Myriam Moscona o Michel Franco que son ejemplos de que “no tenemos cuernos ni cola, porque mucha gente todavía en el siglo 20 decía eso… Les enseño, no tengo; es la ignorancia lo que hay que combatir”.
“Si no se combate esa ignorancia, seguiremos manejando los estereotipos que culturalmente hacen mucho daño a la humanidad; generan odio entre las personas, y por eso es necesario usar el conocimiento para frenar la intolerancia racial, que es caldo de cultivo para un cáncer de la humanidad: la barbarie”.
jl/I