INICIO > OPINION
A-  | A  | A+

El Covid en tiempos de AMLO

Estamos encerrados desde hace meses, algunos más que otros, y las ventanas que hemos dispuesto para observar el mundo están llenas de escombros, de pedazos de cosas, de imágenes falsas, de quimeras, de irracionalidad y de muy poca información veraz y útil para enfrentar una pandemia tan brutal como la que hoy nos toca lidiar.  

No lo sabemos, pero posiblemente estemos en un momento determinante de nuestra vida personal y, sin embargo, seguimos poniendo nuestra atención en el detalle de lo absurdo, en los sentimientos más burdos, en el chisme, en el meme, en la nota fake, en la estúpida cadena de mensajes que ya nos está esperando en el celular. 

Parece como si la vida nos estuviera haciendo una llamada de atención y nosotros prefiriéramos utilizar la información de la que disponemos para pelearnos con el de enfrente, para llevar al cadalso a quienes no piensan como nosotros, para crucificar a todos aquellos que cuestionen nuestras verdades. 

Estamos encerrados no sólo físicamente, sino también en términos emocionales e mentales. Dedicamos buena parte de nuestros días a sacar los cuchillos y a pelear contra todo aquello que se oponga a nuestra forma de concebir el mundo, sin advertir que la verdadera amenaza está en otra parte y nos está observando a todos por igual. 

La mala noticia es que el Covid-19 nos ha obligado a depender en mayor medida de la información que nos llega a través de WhatsApp, YouTube y Facebook, principalmente. 

De acuerdo con un estudio realizado por Nielsen Ipobe y publicado en el diario nacional La Jornada el 6 de mayo pasado, los mexicanos pasamos 42 por ciento más de nuestro tiempo en redes sociales; 42 por ciento más de nuestro día sometidos a los caprichosos designios de los algoritmos, las estrategias de difusión de medios, agencias y gobiernos y los infames chats familiares. 

Byung-Chul Han, uno de los rockstar del pensamiento contemporáneo, ya nos había advertido que las redes sociales se presentan como espacio de libertad, pero en realidad se han convertido en un gran panóptico –modelo arquitectónico para prisiones que ideó el filósofo inglés Jeremy Bertham– en donde el vigilante o el guardia puede observar a todos los prisioneros desde un sola posición. 

Así, los usuarios de las redes sociales somos una suerte de prisioneros por voluntad propia; sabemos que estamos siendo observados y aun así transparentamos las partes más íntimas de nuestra vida. No nos interesa crear una comunidad real, sino dejar claro que sabemos más que el otro respecto del tema público que se está discutiendo. En ese escenario es imposible hacer política o deliberar sobre asuntos comunes, a lo más que podríamos aspirar es a abonarle a una “acumulación de egos”, como dice el propio Byung. 

Está claro que esa “acumulación de egos” no construye nada, son tabiques de aire que no se pueden agarrar y unir para dar vida a una nueva estructura o cuerpo. Las redes sociales han demostrado, durante esta pandemia, que su utilidad es muy limitada cuando se trata de construir, pero muy efectivas cuando el objetivo es la destrucción y la polarización. 

En México el espacio digital ha sido dominado por dos temas que han capturado buena parte de la atención y la tensión de la gente: Covid-19 y AMLO. Ambos funcionan como catalizadores de las emociones de un buen número de usuarios (personas) que ven en ellos la respuesta o la razón de todos sus problemas y preocupaciones. El virus y el presidente han determinado el debate digital en estos últimos meses, definiendo de qué lado de la historia juega cada uno de nosotros y qué clase de jugador somos, pues al parecer el coronavirus, además de todos los efectos negativos que traerá para nuestra salud y nuestra economía, ha ahondado la grieta que existía entre haters y lovers. 

Por simple ego, hoy la disputa sin cuartel se hizo más sangrienta. A partir de posiciones irreductibles unos y otros califican no sólo la actuación del presidente de México frente a la pandemia, sino también el futuro mismo de la nación. “Estamos viviendo un caos por culpa de López Obrador”. “Estamos en una situación muy complicada, pero no es culpa de López Obrador”. “AMLO está destruyendo el país”. “Los gobiernos anteriores ya se habían encargado de destruirlo, AMLO está corrigiendo lo que el PRIAN hizo”. “Debemos destituirlo”. “Seguiremos apoyándolo”. “La oposición moralmente derrotada”. “El mesías tropical”. “Muera AMLO”. “Viva AMLO”, gritan los fanáticos de un lado y otro de la tribuna digital. 

En el afán de destruir al de enfrente, los mexicanos estamos haciendo muy poco para construir un proyecto común que nos sea útil a todos una vez que la “nueva normalidad” llegue, si es que lo hace en el corto plazo. La palabra solidaridad se ha extraviado en el mar de las descalificaciones y los agravios. El chiste es ganar la pelea en el chat de la familia, destrozar al idiota que nos cuestionó en Facebook, posicionar determinado HT, restregar cifras y autores que nos dan la razón y destruyen los dichos de los oponentes. 

En México no queremos que las cosas se resuelvan, no queremos que haya buenas noticias si esas buenas noticias favorecen al personaje público que detestamos. Aceptamos atrocidades siempre y cuando nos den la razón y refuercen nuestras explicaciones de la realidad. El problema es mayor si consideramos que el debate público en México y la forma en la que se están dando los intercambios a través de los cuales construimos una perspectiva de país están dañados desde su origen. No es posible discutir las cuestiones de fondo del país si lo que tenemos a la mano son ocurrencias, frases de odio, burlas, descalificaciones e información de dudosa procedencia. 

El debate en el aula, en el café, en la reunión con los amigos ha sido sustituido, casi en su totalidad, por las emociones que construimos a partir de lo que “nos va llegando” al celular. Y así como nos van llegando, las vamos utilizando, sin verificar, sin revisar, sin remordimientos y sin responsabilidad. Total, ¿quién nos lo puede impedir? 

Como dice Jorge Zepeda Paterson en su artículo “Tik Tok o la carnicería del elefante”: “Todo el que envía un comentario, tuit u opinión se convierte en objeto de una carnicería. Ya no hay intercambio de argumentos, sino epítetos, párrafos ignorados salvo para descontextualizar una cita capaz de utilizarse como misil. Nos estamos convirtiendo en ciegos dispuestos a ofender y destruir a los que no ven lo que creemos estar viendo”. 

Más nos vale que en los días que nos restan de encierro estemos conscientes de lo que estamos haciendo y de la información que estamos utilizando para construir nuestra versión de la realidad. La vida después del Covid-19 es incierta y lo será aún más si insistimos en la destrucción del oponente para obtener un poco de satisfacción y certeza en estos momentos de desasosiego generalizado.

*El autor es consultor político y profesor del Departamento de Estudios Políticos de la Universidad de Guadalajara 

jl/I