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Las clases medias no son los enemigos

La importancia que constituyen las clases medias, como las demás clases sociales, es que representan en su conjunto un componente de gran valía en la articulación de la orientación de la dirección de un país. Forman parte de una condición de interpretación del sentido con el que, en primera instancia, se desentraña la compleja administración pública, comprendiendo su economía, su desarrollo en la diferentes capas en las que se requiere una decodificación de las líneas de trabajo, y ponen en funcionamiento la enmarañada trama de las actividades nacionales, que implican una interpretación y un ordenamiento para buscar los mejores resultados en los diferentes ambientes de trabajo y de desarrollo del país. 

De acuerdo con el Inegi, se estima que 42.4 por ciento de los hogares en donde vive 39.2 por ciento de la población total del país son de clase media. Una serie de elementos clasificadores, esencialmente de factores de gasto, colocan a una clase de ciudadanos con medianos pero consistentes hábitos de consumo en esta situación de clase social. La incorporación de estos sectores en ambientes profesionales y profesionalizantes en las cadenas de tomas de decisión ha crecido de manera consistente en la medida en que nuestro país se ha incorporado, desde hace más de 40 años, en las líneas internaciones de comercio, pero igualmente de consumo, y dentro de los consumos, la capacidad para integrarse globalmente en concordancia con el crecimiento socioprofesional global. 

El debate que se ha generado en semanas recientes respecto al papel estigmatizado de las clases medias parece que busca más una depauperización de esta zona que el de un sostenimiento, y de un crecimiento y desarrollo integral de la economía de nuestro país. En declaraciones recientes, el presidente de México señala que busca generar un país de primera y no de cuarta. 

La relación entre el tema electoral y la denostación de las clases medias corresponde definitivamente al debate que pueda poner en funcionamiento un líder de partido en un debate entre partidos. Sin embargo, cuando el presidente señala que: “Hay un sector de la clase media que siempre ha sido así, muy individualista, que le da la espalda al prójimo, aspiracionista, que lo que quiere es ser como los de arriba y encaramarse lo más que se pueda, sin escrúpulos morales de ninguna índole, partidarios de que el que no transa, no avanza. Es increíble cómo apoyan a gobiernos corruptos, increíble”, definitivamente, ahí se pierde la perspectiva en la que el Ejecutivo se pronuncia como presidente del país y no como líder faccioso de un grupo parlamentario en encendidos debates en el Congreso. 

La línea de evaluación de un gobierno tiene que ver con las políticas públicas en funcionamiento y la evaluación de éstas en función de los parámetros que se generan para evaluarse. Seguridad, productividad, crecimiento, salud, educación deberían ser los elementos que entrasen, de manera amplia y plural, en la zona de reflexión, análisis y evaluación respecto de las políticas públicas en las que, además de las sociales, se requiere una revisión más puntual de la concordancia con los proyectos de crecimiento del país. Definitivamente, las remesas no son una política pública. 

La denostación de las clases sociales, no en su calidad de ciudadanos en la agenda pública sino vistas con un carácter de elementos de una contienda electoral, definitivamente no abona a un buen entendimiento social. Hay una equivocación en la forma de plantear el problema y para eso están los partidos y las zonas de debates entre seguidores, y no de los diferentes institutos políticos, con lo que la denostación no es un asunto de agenda nacional, sino de partidos. Definitivamente, el Poder Ejecutivo está definido en la Constitución, y las características y funciones del proselitismo de partido, en el INE. 

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