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Jueces nuevos renunciando
Porque nos la quitaron
Es tan abundante la información pública sobre lo que ocurre en el mundo, que fácilmente terminamos desinformados. Y, lo peor, consideramos que estamos bien informados. Ignoramos que ignoramos. Cada ser humano es una isla entre galaxias informativas. Por desgracia, poca información pública es de calidad. Añadamos que, salvo contadas excepciones, en las instituciones de educación superior se carece de espacios que formen a los alumnos para ser receptores críticos de la información de medios de comunicación y de las fuentes informativas; se trate de la que proporciona el presidente del país o una cuenta de Twitter, un organismo ciudadano o un canal televisivo, un cartel o un video, un ayuntamiento o un influencer.
Los tiempos exigen educarnos para evaluar la información pública, al margen del formato, plataforma, emisor o contexto. Así procesaríamos, por ejemplo, las disputas políticas por la instalación de temas en el espacio público, lo que cada vez es más ruin. Actores políticos manipulan y mienten. ¿Cómo identificar críticamente la información pública que recibimos o a la que accedemos? Por razones de espacio, propongo sólo algunos puntos:
1. Distinguir entre información y opinión. Los hechos son unos; el juicio acerca de los hechos es otro. Tanto quien informa como quien recibe información deben aprender a separar los hechos de su posible interpretación. La información de calidad tiene una veintena de características, como que sea veraz, actual, a tiempo y contextualizada, entre otras. En las redes sociales, medios informativos, en el diálogo cotidiano, etcétera, las instituciones públicas, privadas o sociales, los personajes noticia, gobernantes o gobernados, el ciudadano o el periodista requieren caminar con aplomo en el resbaladizo terreno de cuándo informan y cuándo opinan; o bien la audiencia debe tenerlo claro. Esa distinción se pierde en las confrontaciones por el poder y por el rumbo del país. Opinión es percepción, no realidad.
2. Identificar las fuentes. Es necesario precisar quién afirma, denuncia, informa, revela, critica, etcétera, acerca de un asunto. Es decir, conocer al emisor o a la fuente, si está acreditada, si es experta o no, si fue testigo de algo o no, si tiene experiencia para afirmar tal o cual situación o no, si es una versión oficial o no, si suele ser fiable, quién patrocina la información, cuáles son sus intereses y vinculaciones políticas y económicas, si es o no anónima, qué resalta, etcétera. Es indispensable verificar, ir a otras fuentes para comparar, validar, completar, matizar o desmentir.
3. Identificar los calificativos. Cuando el objetivo es solo informar, endilgarle un calificativo, por ejemplo, a una protesta, una comunidad, un personaje, una actitud, etcétera, es añadir una valoración subjetiva, que suele caer en el terreno de lo emocional, lo político, lo ideológico. Calificar puede descalificar. La realidad social es más compleja como para reducirla a lo positivo o negativo, o de otra índole. Quien sin sustentarlo coloca un calificativo a la información, ofrece su versión parcial de lo que vio, sintió, escuchó o pensó. A menos de que se trate de una opinión explícita o bien formas de expresión como la crónica, que se pueda reconocer como tal, donde el autor incorpora libremente su visión interpretativa o subjetiva.
4. Ubicar el hecho en un contexto. La información acerca de un acontecimiento ocurre bajo determinadas circunstancias políticas, económicas, sociales, culturales, ideológicas, tecnológicas y en un marco del poder. Ofrecer un mínimo contexto y antecedentes contribuye a su comprensión. La información no sucede en el vacío, sino en un tiempo histórico.
La democracia se fortalece con ciudadanos educados para recibir y procesar críticamente información pública.
Twitter: @SergioRenedDios
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