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Un México violento
Porque nos la quitaron
El sábado en la noche, con una Luna esplendorosa y un viento fresco en Texas, me despedí de María; para contar sobre ella en esta columna solo la llamaré así. María. María Colombia, le suelo decir yo.
Empezó siendo una gran amiga para mi madre y se convirtió en alguien más de la familia. Una tía a la que le gusta contar chistes, rumbera, que ama el mariachi, se ríe estruendoso y canta como si su caja torácica tuviera una bocina integrada. Cuando María Colombia canta, es un espectáculo.
Nació en la ciudad colombiana de Medellín y es una maestra maestraza de música porque estudió una licenciatura en eso y se especializó en la enseñanza. En Medellín tocaba lo mismo con una orquesta de salsa que con una sinfónica. Pero en Dallas, Texas, durante 20 años, se especializó en limpiar baños y salones de escuelas de primaria en barrios afroamericanos.
Ella misma tiene rasgos afro. Mujer robusta, alta, de caderas anchas, piel morena y cabello enrulado.
La conocí desde que mis sobrinos eran pequeñitos porque mi madre, como buena tapatía, es de misa y coro. María dirigía el grupo de adultos y estaba empezando con un coro de niños. Trató de que los hijos de mi hermana se sumaran, pero mis sobrinos, aunque son buenos también para la música, no lo hicieron.
Conocí a muchos niños que sí son buenos para la música, chamacas y chamacos que ahora tienen más de 20 años. Una de mis vecinas, originaria de San Miguel Allende y su familia, aprendieron a tocar la guitarra y el piano con ella. El sábado la hija de mi vecina, una chica delgada y tímida, se quitaba las lágrimas mientras tocaba en una despedida para María.
María Colombia se regresa a Medellín con pocas cosas. A mí me heredó un escritorio amplio y lindo donde pongo mi computadora vieja y una nueva que me tuve que comprar, porque a la otra ya no le servían las teclas.
A mi madre le dejó una lavadora, utensilios de cocina, unas cobijas y muchos tipos de pastillas y líquidos de limpieza que aprendió a usar mientras trabajaba en las escuelas.
Siempre me pregunté por qué en un país como este, en Estados Unidos, una mujer tan talentosa en la música, limpiaba el piso mientras otra maestra daba clases, incluida la de música. El carro que estaba pagando en pagos mensuales se lo transfirió a la vecina.
María Colombia se regresa a Medellín porque la jubilación no le alcanza para pagar el alquiler del pequeño departamento donde vivía. Tiene una jubilación porque se casó con el hijo gay de una de sus amigas hace como 15 años. Un muchacho dulce y entrón que murió años después. Es ciudadana estadounidense, pero eso no alcanza cuando para el capitalismo termina la edad productiva.
Los estadounidenses se enfrentan a una jubilación muy difícil, la economía está por los cielos y los costos de los seguros médicos siguen siendo muy altos.
Por eso México es un paraíso para jubilados estadounidenses, porque el dólar rinde si se convierte en peso.
Envejecer en Estados Unidos además de costoso puede ser todavía mucho más solitario que en ningún otro lugar.
María Colombia se regresa a Medellín mientras miles y miles y miles de migrantes en Latinoamérica intentan cruzar la frontera para conseguir un sueño americano.
Mi amiga pudo conseguir restaurar su casa allá para poder volver y estar tranquila hasta su muerte. Llegó a Dallas, Texas, cuando tenía 47 años, ahora tiene 67.
Nos despedimos con un abrazo muy largo, con la esperanza de visitarla en su hogar en Medellín, cantando y bailando rumba.
Me pregunto, ¿a cuántos migrantes aquí les gustaría regresar?
[email protected]
jl/I