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¿Y si la Tierra no es madre?

La Organización de las Naciones Unidas adoptó en 2009 una resolución para designar al 22 de abril de cada año como Día Internacional de la Madre Tierra. Desde entonces, cada que llega esa fecha se llevan a cabo en todo el mundo diversas acciones para llamar la atención sobre la necesidad de cuidar al planeta.

A partir de mediados del siglo pasado los daños al medio ambiente alcanzaron niveles extraordinarios. La conciencia de lo global nos hizo ver la repercusión a escala planetaria del problema. Se desarrollaron estudios científicos especializados en el tema que desde entonces advertían sobre el grave riesgo de continuar con los modelos de producción y consumo prevalecientes.

Al mismo tiempo crecía la conciencia ecológica y se desarrollaban los movimientos ambientalistas. Frente al desarrollo industrial que concibe a la naturaleza como una serie de recursos de los que podemos disponer, afirman que la naturaleza no está formada por objetos que son propiedad del Homo sapiens, sino que las personas formamos parte de ella.

Ante la visión del ser humano como rey de la creación proponen, con razón, que no somos superiores a otros seres de la naturaleza, sino que compartimos con ellos el planeta.

Algunos de estos movimientos comenzaron a retomar la cosmovisión de algunas culturas que consideran a la Tierra como una madre que nos provee de sustento y a la que debemos guardar amor y respeto. La palabra Pachamama, originaria de las culturas andinas y que ha sido traducida como Madre Tierra se popularizó rápidamente.

Me parece que esta noción de considerar a la Tierra como una madre es, para quienes formarnos parte de la cultura occidental, una bonita metáfora. Para mí, que gusto de cultivar hortalizas en casa, tiene mucho sentido para expresar el sentimiento de enorme gratitud cuando logramos cosechar un alimento.

Sin embargo, la metáfora puede ser también peligrosa porque, salvo algunas excepciones, las madres son cariñosas e indulgentes con los hijos. Los aman tanto que les perdonan sus más terribles atrocidades.

Pensar que la Tierra es una madre puede suponer, incluso inconscientemente, que hagamos lo que hagamos nos perdonará y que vendrá en nuestro auxilio. Y no es así. Las acciones destructivas y contaminantes que realizamos tienen consecuencias claras y evidentes. Generamos acciones que causan efectos nocivos desde en nuestros entornos más inmediatos hasta a escala global.

Las consecuencias de los daños ambientales son más que evidentes: sequías, deforestación, contaminación del aire, aumento de las temperaturas, contaminación del agua, destrucción de las selvas, extinción de las especies, enormes islas de basura en el mar… Cada uno de ellos con sus respectivas consecuencias para miles de personas, especialmente para las más pobres.

El filósofo francés Bruno Latour sostiene que la naturaleza no se preocupa por nosotros como una diosa o como una madre, según afirman “muchos panfletos ecológicos new age, ni siquiera es como la Pachamama de la mitología inca resucitada recientemente como nuevo objeto de la política latinoamericana”.

El colombiano Augusto Ángel Maya, filósofo ambiental, decía a sus alumnos que con la naturaleza no se comete pecado, pero que tampoco hay perdón.

Los seres humanos nos comportamos como una plaga. Dice el Diccionario de la Real Academia que una plaga es la “aparición masiva y repentina de seres vivos de la misma especie que causan graves daños a poblaciones animales o vegetales”.

Si deforestamos, tendremos deslaves y sequías. Si contaminamos y desperdiciamos el agua sufriremos las consecuencias. Si extinguimos a una planta o a un animal no vendrá la Pachamama a reponerlos como hacen algunas mamás cuando sus hijos pierden alguna pertenencia. La Tierra no es como una madre que vendrá a limpiar nuestro cochinero y a salvarnos de los problemas que generamos.

JB