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Artesanía en riesgo

Entre las obras de arte que se crean con la aspiración de permanecer eternamente en un museo y los objetos de uso común cuyo destino final será el basurero se encuentran las artesanías, afirma Alfonso Alfaro Barreto, director del Instituto de Investigaciones de Artes de México.

Las artesanías son “objetos construidos a escala del hombre, sus formas son capaces de conjugar a un tiempo el uso y el estilo, la memoria y la innovación. Su territorio es el de las artes aplicadas”, añade el doctor honoris causa por el Sistema Universitario Jesuita.

“El cuerpo de cada una de esas obras fue surgiendo de la materia inerte a base de caricias. Su belleza existió primero en la imaginación de su hacedor y fue cobrando forma gracias a las horas sin número en que era deseada, observada, corregida y admirada (…) hubo más tarde alguien que quiso tenerla cerca de sí, llevarla a su casa. Fue pretendida porque parecía necesaria, pero, sobre todo, porque era hermosa y fue elegida entre sus semejantes”, escribe Alfaro en su texto Filón Secreto.

Me vinieron a la mente estas palabras porque recientemente estuve en Tlaquepaque y Tonalá para constatar, con tristeza, que se sigue perdiendo el amor por la artesanía tradicional. Aunque la oferta de productos es amplia, cada vez es más difícil encontrar piezas que forman parte de la tradición cultural de esta zona del occidente de México.

Si usted es adulto, recordará que alrededor del Parián de Tlaquepaque había alfarerías que ofrecían las piezas elaboradas por los maestros artesanos de la región. La última que quedaba en el portal poniente desapareció ya.

Lo que fueron tiendas de artesanías son ahora bancos, establecimientos de comida rápida y tiendas de celulares. También desaparecieron del corazón de Tlaquepaque los talleres de vidrio soplado donde se podía admirar el trabajo de los artesanos que a fuerza de pulmón convertían en magníficas piezas los trozos de cristal fundido.

Encontrar la loza tradicional en el corazón de Tlaquepaque es ya difícil. Es cierto que en el corredor peatonal hay muchas tiendas muy bien puestas, pero en general ofrecen piezas más elaboradas, caras y cercanas al arte. Muchas son galerías más que tiendas de arte popular.

Un buen botellón de barro canelo, una figura de barro betus o una pieza de barro bruñido que antes se ofrecían por doquier ahora son minoría en los estantes. Desaparecieron las canicas de barro. Los futbolistas o las corridas de toros de barro que antes se vendían como juguetes en muchos sitios, ahora se encuentran casi como reliquias en unos pocos establecimientos.

Los “tipos” que eran personajes de barro muy populares también escasean. Las figuras de nacimiento elaboradas con esmero una a una van siendo sustituidas por piezas mucho menos cuidadas y producidas en moldes.

En Tonalá no es mucha la diferencia, a pesar de la cantidad de negocios que ofrecen “artesanías”. Hay mucha variedad, pero la más tradicional va perdiendo terreno y es sustituida por toscas piezas de yeso o pasta. Las tiendas que ofrecen plantas o macetas de plástico y mercancías importadas son más populares que las que ofrecen artesanía auténtica.

La historiadora Laura González Ramírez documentó en su libro Jalisco, tesoro artesanal la enorme riqueza de nuestro estado en este ámbito. Pero dio cuenta también de cómo, lamentablemente, se va perdiendo la tradición. No sólo por la falta de un mercado que reconozca el valor de la artesanía popular, sino por la degradación de los recursos naturales de donde se obtiene la materia prima.

Afortunadamente hay maestros artesanos y nuevas generaciones que se esfuerzan por mantener viva la tradición, pero si los habitantes de estas tierras no valoramos suficientemente su trabajo, el riesgo de que se pierda es alto.

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